domingo, 3 de mayo de 2015

A las madres...

En el día de las madres quiero dejar mi felicitación con el inicio de mi pregon de la Smana Santa de Pedrera.




Amanece. El sol poco a poco va despejando la oscuridad de la noche y  abre paso al nuevo día donde la espera va a llegar a su fin. Hoy todas las ilusiones y anhelos se van a hacer realidad. Nuestro pequeño cofrade, aun en la cama, ve por sus ojos entreabiertos como se va haciendo la luz y va entrando esos primeros rayos del sol por la ventana de su cuarto. Hoy es el gran día: y va a vestir por primera vez el hábito nazareno de su hermandad, va a acompañar a su Cristo y su Virgen con un cirio, como los mayores con el antifaz tapando el rostro.

Atrás los años de monaguillo, esos años infantiles donde poco a poco fue aprendiendo de sus mayores el amor a Cristo y su Madre, a tenerlos bien presente en cada cosa que se hace, a rezarles por la noche dando gracias por el día vivido y por la mañana al despertarse porque un nuevo día se viene y necesitamos que El nos guarde. Impaciencia, vueltas en la cama, media noche en vela porque los nervios no hay quien los aguante. Sobre la mesita de noche, la papeleta de sitio y la medalla de la hermandad.

En el salón  colgadas las túnicas esperando ser vestidas por los habitantes de su casa: su padre, también de nazareno, y su hermana pequeña que aún vestirá de monaguillo la misma sotana que uso años antes. Antifaces, cíngulos,  espartos, roquete y esclavina también esperan el momento de ser vestidos. Ya es hora, a levantarse, desayunar con la familia, ultimando esos detalles que siempre para última hora nos dejamos los cofrades, calcetines, sandalias, zapatos y escudos.  

A cada rato que pasa va de nuevo a contemplar la túnica  que con tanto afán y cariño le hiciera su abuela, su tía o su madre; madres que se sacrifican para que no falte ni un detalle y que con amor y esmero le roban tiempo a la noche, y en vez de dormir trabajan para que todo esté a punto, para que nada ese día falte: costura, plancha, el escudo en el antifaz y en la capa en esa medida única que solo nuestras madres saben a la primera aunque nunca lo hayan puesto antes.

Madres a quien todo debemos, sin las que no seriamos nadie y por muchos besos que les demos nunca serán los bastantes para recompensarles por sus desvelos, por todo lo que nos hacen, lo primero darnos la vida, cuidarnos en todos los males, ser nuestros guías en la vida y enseñarnos tantas cosas, esas que cuando eres niño no sabes valorarle y que cuando eres mayor dices “qué razón tiene mi madre”, nos enseñan a querer a Jesús y a María, del “Jesusito de mi vida” o el “Cuatro esquinitas…” al acostarnos, y el “Bendito y Alabado” o “Bendita sea tu pureza”, después de bañarte y ponerte la muda limpia: que no hay mejor forma de vestirse que dando gracias a la que es Madre del Salvador del mundo, y nadie como tu madre para enseñar a querer a otra Madre, que desde el cielo nos cuida, nos vela y nos ampara como nadie.

Por eso yo desde aquí quiero dar un beso a mi madre y con él, también, a todas las madres que con amor y con su entrega, con su trabajo y su arte, con total abnegación y sin esperar que se lo pagues, ellas son sin duda alguna las que nos hacen cofrades.