martes, 30 de junio de 2020

Imagen sagrada

Hechura y unción son el cuerpo y el alma de la imagen sagrada. Una es lo que vemos, lo que podemos medir con criterios más o menos objetivos. De otra parte, la unción, es lo que nos toca el sentimiento y el corazón y, en el corazón, no manda nadie. 



Hemos finalizado el estado de alarma aún con la sombra del virus en los rebrotes conviviendo con nosotros. Nos abrimos paso a recuperar la normalidad en nuestro mundo cofrade. Sin olvidar los momentos de oración por los enfermos, fallecidos y por la erradicación de la pandemia, volvemos a la vida diaria, procesos electorales, cambios de bandas con toda su parafernalia y también posibilidad de cambio de la imagen titular de una corporación. Oportunidad, conveniencia o no para este cambio, no quiero, ni pretendo, dar lecciones sobre el tema pero, con el debido respeto, si quiero reflexionar en voz alta sobre lo que son y lo que representan para quienes somos católicos las imágenes sagradas. 

En sí son representaciones de Dios Padre, Jesucristo, el Espíritu Santo, la Virgen y los Santos que sirviéndose de materiales de este mundo buscan mostrar realidades que son reflejo y signo de lo divino y espiritual. Siendo el hombre un ser social para relacionarse con los demás necesita comunicarse y lo hace por medio del lenguaje, de signos, de imágenes que en el caso de las sagradas pueden expresar mucho más que la propia palabra. La imagen de Dios se nos hizo perfectamente visible en Jesucristo, su unigénito y uno solo con el Padre (Jn 10,30), quien “se hizo hombre” siendo el hombre creado a imagen de Dios, por tanto quien ve a Jesucristo ve al Padre. (Jn 14,9) Esta representación de contenidos de fe cristina viene desde antiguo pues en las catacumbas ya encontramos testimonios de figuras de Cristo y la Virgen María “Los artistas de cada tiempo han ofrecido a la contemplación y al asombro de los fieles los hechos salientes del misterio de la salvación, presentándoles en el esplendor del color y en la perfección de la belleza” (Card. Joseph Ratzinger, Introducción al Compendio). Los cristianos nos hemos servicio de las imágenes para anunciar el mensaje evangélico, antes de los catecismos escritos ya nos servíamos de las representaciones iconográficas en las iglesias y basílicas en las que el arte no solo ha sido una instrumento al servicio de la catequesis sino una invitación a la oración que tiene como fin principal anunciar la persona, mensaje y obra de Cristo, perfección reveladora de Dios Padre y salvación del hombre y del mundo: “La imagen de Cristo es el icono por excelencia. Las demás, que representan la Señora y los Santos, significan Cristo, que en ellos es glorificado” (Compendio, n. 240) Pero justo porque reconocemos a Cristo como imagen perfecta de Dios es tanto más importante buscar el sagrario cuando entramos en la iglesia pues en él está real y verdaderamente presente Cristo-Eucaristía a quien, en definitiva, van dirigidos nuestros saludos y oraciones. Por esto el culto que se da a las imágenes es de veneración, no de adoración que es reservado únicamente a Dios, quien venera la imagen venera a quien en ella se representa como nos dice Santo Tomás de Aquino en la Suma. 

Un concepto indisoluble a las imágenes religiosas es la unción sagrada que, según el profesor Hernández Díaz, es el “algo divino” que capacita a las imágenes religiosas a expresar sentimientos y devociones independientemente de su valor material. En términos coloquiales diríamos que es lo que nos invita a rezar cuando la contemplamos. Esta capacidad de emocionar no necesariamente ha de estar ligada con la calidad artística de la imagen, pudiendo darse la circunstancia de esculturas que pueden considerarse mediocres pero que transmiten emoción a quien las contempla y por el contrario imágenes sobresalientes que resultan frías por su falta de “trasmisión”. La antigüedad de la imagen y su propia historia tiene mucho que ver en lo que a unción sagrada se refiere, siendo la Virgen de los Reyes uno de los ejemplos destacados ya que, siendo la primera imagen mariana que fue entronizada en la ciudad, ha sido y es referente de la devoción popular heredada de abuelas a nietos desde tiempos antiguos hasta nuestros días. Imágenes que por el tiempo que llevan entre nosotros por la cotidianeidad de su contemplación entre nosotros hace que la asociemos inconscientemente a la representación de su advocación, por eso al sustituir imágenes perdidas por el fuego u otras calamidades se busca reproducir dicha imagen desaparecida. De otro lado también nos encontramos ejemplos de imágenes que han sido referentes de devoción en épocas pasadas y hoy las encontramos solas en sus altares y las hermandades a las que pertenecieron un recuerdo en los libros de historia, como la Virgen de la Antigua y Siete Dolores. 

Recapitulando podemos decir que hechura y unción son el cuerpo y el alma de la imagen sagrada. Una es lo que vemos, la imagen en sí, lo que podemos medir con criterios más o menos objetivos pues el libro de los gustos está en blanco. De otra parte, la unción, es lo que nos toca el sentimiento y el corazón y, en el corazón, no manda nadie. Siendo inseparables una y otra, por mucho que mande la razón, siempre puede más el corazón, por lo que cualquier opinión siempre será personal. Por tanto, si alguna hermandad decide estudiar la posible sustitución de su imagen titular, guardemos nuestra opinión y que sean sus hermanos quienes estudien, debatan y decidan, dentro de los cauces que marquen las reglas de la corporación, lo que sus corazones les dicten.