martes, 28 de abril de 2020

La vida...


Son muchos buenos ratos en los que te ha desgranado ese fondo profundo que se torna en el rito y la regla que hiere a Montesinos por el camino más corto de la memoria, pero con las palabras coloquiales de quien, como un padre, muestra a sus hijos esos jirones del alma que conforman el ser íntimo de la hermandad.

Un antiguo hermano y amigo, cada vez que hablamos sobre la hermandad en las buenas tertulias que gustamos de tener los hermanos en nuestras capillas y casas de hermandad (y grupos de whattsapp, que no hay que dar la espalda a las tecnologías), al referirnos a recuerdos de lo pasado y la evolución de los tiempos suele apostillar: “La vida…” He de reconocer que si bien entiendo perfectamente lo que quiere decir en cada momento, en cada conversación, en cada circunstancia, siempre me deja ese pequeño resquicio a la reflexión sobre las diferentes interpretaciones que podemos darle a la palabra vida. Según el diccionario vida es el tiempo que transcurre desde el nacimiento de un ser hasta su muerte. También es la propia existencia de los seres, o la fuerza o actividad esencial mediante la que obra el ser que la posee. Quizás nosotros al decir “la vida” nos referimos a todo aquello que rodea nuestra propia realidad, la experiencia que adquirimos a través de los hechos que nos ocurren, tanto buenos como menos buenos, y la enseñanza que los mismos nos aportan. Quizá una de las mejores cosas que podemos agradecer a la vida es la oportunidad de conocer a  grandes y magnificas personas que nos aportan sus conocimientos, experiencias, vivencias, inquietudes, que nos enseñan, nos corrigen en lo que vamos mal encaminado, nos alientan cuando se nos hace duro el camino y nos sonríen en nuestros logros. En las cofradías nos encontramos con muchos hermanos que marcarán nuestro paso por la misma, por lo que nos transmiten y por la forma en que lo hacen.
 
Es ese hermano al que conoces incluso antes de llegar a la hermandad, porque en esta ciudad en el fondo nos conocemos todos, y a quien no conocemos en primera instancia terminamos encontrando un amigo común. Así, llegas a este hermano en esas magnificas tertulias de sábados a mediodía  en las que se entablan esas magnificas conversaciones sobre su hermandad, de la que es hermano desde hace varias generaciones y, que a ti te fascina desde que eras chico. Son muchos buenos ratos en los que te ha desgranado ese fondo profundo que se torna en el rito y la regla que hiere a Montesinos por el camino más corto de la memoria, pero con las palabras coloquiales de quien, como un padre, muestra a sus hijos esos jirones del alma que conforman el ser íntimo de la hermandad. Y tanto entusiasmo tiene en sus palabras y en su trato cariñoso y cercano que, entusiasmado vences las dudas familiares y te haces hermano de esa hermandad anhelada, tornándose esos encuentros de ratos fugaces en convivencia en la iglesia y casa de hermandad. Y ya no es solo contar desde sus recuerdos la historia vivida con su familia y los hermanos antiguos, los que son para nosotros la experiencia, sino compartir y enseñar la historia reciente de la hermandad. Tardes de besamanos y besapiés donde la juventud nos acercábamos a conocer su opinión, sus crónicas, sus constructivas y a veces guasonas críticas y sus constantes referencias a sus buenos amigos y hermanos cofrades, de la nuestra y de otras hermandades con lo que el aprendizaje estaba asegurado. También noches de priostía en las fechas más señaladas donde se alternaba la convivencia con el trabajo en hermandad, siempre con la buena charla, oídos atentos y la mente presta a absorber información. Noches de cuaresma hablando del andar de la cofradía y sobre todo del paso de la Virgen, que conocía como pocos en sus muchos años saliendo junto a la Señora, y que también nos transmitía desde ese saber que otorga la experiencia.

Así, nuestros hijos tomaron el lugar que ocupábamos en la nueva generación de juventud deseosa de conocer, por tus palabras, ese rincón intimo que la historia y los sentimientos vividos hacen que cada hermandad tenga guardado para que sus hermanos lo descubran cuando estén dispuestos a darse y trabajar entre todos para perpetuar este legado recibido de quienes nos precedieron.

Y fueron pasando los años, fuimos creciendo, cambiando estudios por trabajo, formando nuestras familias, continuando en el seno de la hermandad y pasamos de ser los oyentes a ser sus contertulios, los que intercambiamos opiniones con el amigo, el hermano. Así, nuestros hijos tomaron el lugar que ocupábamos en la nueva generación de juventud deseosa de conocer, por tus palabras, ese rincón intimo que la historia y los sentimientos vividos hacen que cada hermandad tenga guardado para que sus hermanos lo descubran cuando estén dispuestos a darse y trabajar entre todos para perpetuar este legado recibido de quienes nos precedieron. Como dice mi amigo (y hermano) la vida… La vida es caprichosa y, lo que nos otorga un día otro nos los arrebata, dejándonos un poco más huérfanos, haciendo más corta la fila de nazarenos que nos preceden y obligándonos a adelantar puestos en la misma, a la vez que hace más larga la de quienes vienen detrás, que nos tendrán como modelo por ser ahora quienes les precedemos, y que solo podremos hacerlo si somos fieles al espíritu que nuestros mayores nos enseñaron, que tú nos enseñaste. En nuestro recuerdo siempre, querido Juan.



lunes, 20 de abril de 2020

Modelos y futuro


Hablar de futuro a día de hoy se presume algo caprichoso teniendo en cuenta que sufrimos una enfermedad nueva de la que no tenemos más información que la que podemos ir adquiriendo en el día a día, por lo que cualquier previsión a futuro se antoja cercana a la elucubración, pero de lo que creo que no tenemos ninguna duda es que nada será igual que antes.

Vivimos una situación que nunca hubiésemos siquiera imaginado, una pandemia mundial que nos mantiene en casa paralizando la vida en el mundo y que, junto con la tragedia de tantos contagiados y fallecidos, ha alterado nuestra forma de vivir, sentir y relacionarnos y que marcará un antes y un después en nuestra historia. Ya estamos teorizando sobre cuáles deberían ser dichos modelos a futuro, aun cuando no estamos en condiciones de saber realmente cual será nuestra forma de vida a partir de ahora. Si miramos a la historia muchos han sido los acontecimientos sociales, políticos, religiosos y también de salud que han hecho de la semana santa lo que es en la actualidad (sigo fijándome en las formas conocidas hasta 2019, puesto que el futuro aunque sea inmediato aun no nos es conocido). Hablamos de corporaciones que varias de ellas ya existían en el medievo y cuyo gran impulso lo recibieron a raíz del concilio de Trento en el siglo XVI. En 1604 el cardenal Niño de Guevara  instauró la obligación de ir a la Catedral a las hermandades de “Sevilla” y a Santa Ana las de Triana. Ese año también se instauró el cabildo de toma de horas y se prohibió a las mujeres practicar la “disciplina”.

En 1649 Sevilla padeció la terrible epidemia de peste que asoló la ciudad. Si bien fue un año sin semana santa con copiosas y abundantes lluvias que anegaron la ciudad, tuvo en contrapartida numerosas procesiones extraordinarias y de rogativas para pedir por el fin de dicha epidemia, algo totalmente contrario al pensamiento del siglo XXI. Hubo Corpus solemne, todo lo que permitió la escasa población que quedaba en la ciudad. El dos de julio salió el Santo Cristo de San Agustín, devoción secular de la ciudad que ante el alivio experimentado por la ciudad desde aquella salida le celebra en dicho día función de acción de gracias de acuerdo al voto emitido por la corporación municipal del momento y que se mantiene en la actualidad. El cuatro de Julio procesionó la Sacramental del Sagrario con el Santísimo bajo palio, y una semana más tarde lo haría la del Divino Salvador. En Septiembre procesionó la Virgen de la Hiniesta a la Catedral donde permaneció hasta el día quince. Y qué decir de lo que fue la salida de la Virgen de los Reyes de la que quedan las crónicas de Ortiz de Zúñiga.
Foto: Jose Campaña @JoseCampanaF Cinturon de Esoarto @CEsparto

Dando un salto en el tiempo nos fijamos en el siglo XIX que también estuvo marcado por diferentes sucesos. En primer lugar le brote de fiebre amarilla en 1800 que obligó a la Junta General de Sanidad a cerrar las puertas de la ciudad en septiembre de ese año y por tal motivo hubo también numerosas procesiones de rogativas: San Gil Abad, San Fernando, Santas Justas y Rufina, San Sebastián, y como no también El Gran Poder, el Señor de la Sentencia, Humildad y Paciencia o Jesús de las Tres Caídas de San Isidoro, La Virgen del Valle o la del Rosario de Montesión, y por supuesto la Virgen de los Reyes. También en este siglo se produjo la invasión francesa de 1808 a 1810, y entre 1820 y 1825 se produjo el periodo más largo sin cofradías fruto de los avatares políticos con la alternancia del liberalismo y absolutismo. En 1836 la desamortización de Mendizábal supuso la pérdida de muchos bienes de la iglesia. También el periodo anticlerical en la revolución de 1868 que solo en Sevilla supuso el cierre de nueve conventos y once parroquias así como la destrucción de cuarenta y nueve iglesias. En 1849 se instalan en el palacio de San Telmo los duques de Montpensier, quienes dieron un fuerte impulso a la semana santa favoreciendo hermandades como Montserrat o la Lanzada. En este año vuelve a procesionar la hermandad de los Negritos, Pasión lo había hecho algunos años antes, y posteriormente la Soledad o las Siete Palabras. En 1850 los duques de Montpensier promueven la celebración de una procesión con diversos pasos de varias cofradías, lo que sería el Santo Entierro Grande que volvería a celebrarse en 1854. Es a finales de este siglo con la restauración borbónica cuando las cofradías resurgen en número y esplendor y se empiezan a considerar como atractivo turístico para la economía de la ciudad.

El siglo XX también está plagado de sucesos. Durante la Segunda República se vivieron días de enfrentamiento político y social que supuso la ausencia de procesiones en 1932 salvo la hermandad de la Estrella que hizo su estación con los altercados ya de sobra conocidos por todos. El año siguiente fue un año en blanco, y en 1934 ya volvieron a salir algunas hermandades. Tras estos difíciles años, en 1965 el Cardenal Bueno Monreal aprobó la realización de una Misión General con el traslado de numerosas imágenes a diversas barriadas de la ciudad. Los años siguientes hasta la actualidad también han supuesto un auge con el nacimiento de nuevas corporaciones, muchas en los barrios de la ciudad y que también se han ido incorporando a la carrera oficial, hasta que en este año 2020 volvemos a tener un año en blanco por la tragedia que vivimos.

Hablar de futuro a día de hoy se presume algo caprichoso teniendo en cuenta que sufrimos una enfermedad nueva de la que no tenemos más información que la que podemos ir adquiriendo en el día a día, por lo que cualquier previsión a futuro se antoja cercana a la elucubración, pero de lo que creo que no tenemos ninguna duda es que nada será igual que antes. Habrá que estar pendientes de la evolución de la pandemia, de que tengamos o no vacuna para la misma, de las diferentes medidas que se vayan tomando para volver a la vida y actividad normal e ir aprendiendo y  tomando buena nota para lo que haya de venir en el futuro cercano de la semana santa. Centrémonos de salir de este horror, dediquemos un recuerdo a los fallecidos como merecen y no se les ha podido dar, trabajemos por salir de la gran crisis en la que estamos, y cuando llegue el momento y tengamos información veraz tomemos decisiones sobre los modelos a seguir.

martes, 14 de abril de 2020

Comunicación


Desde el primer momento de encierro decretado, las hermandades han hecho uso de las herramientas que tienen a su alcance para estar en contacto con sus hermanos, transmitiendo mensajes de cercanía, de apoyo y de oración.

Hemos culminado la semana santa, tan especial que nunca la hubiéramos imaginado. Hemos conmemorado la pasión, muerte y resurrección de Jesús, por supuesto aunque no de la manera que nos es propia y habitual, y no solo por no haber tenido las procesiones que es el santo y seña de nuestra cultura popular de siglos, sino por la imposibilidad de estar presentes en los templos para celebrar los misterios de nuestra fe. En este tiempo pascual en el que celebramos la más grande gloria de nuestra creencia, es el habitual momento para reflexionar sobre lo acontecido en la pasada semana santa, este año sin pasos. Tan excepcional ha sido que las hermandades han tenido que  hacerse presentes ante sus hermanos a través de las redes sociales y medios de comunicación, que ha resultado ser el camino más fácil y directo.

De todos es sabido que el uso de las redes sociales en las hermandades no ha sido algo con plena aceptación desde el primer instante, pero han resultado ser la vía directa de comunicación con los hermanos. Así, desde el primer momento de encierro decretado, las hermandades han hecho uso de las herramientas que tienen a su alcance para estar en contacto con sus hermanos, incluso las más reticentes han transmitido mensajes de cercanía en esta cuaresma encerrada; de apoyo ante las dificultades que estamos viviendo y que vendrán; de oraciones que compartir para pedir por los enfermos y fallecidos y por la salud de todos, de unirse a parroquias y el arzobispado para llevar la eucaristía dominical y, como no, los íntimos viacrucis y actos de piedad cuando no es posible realizar la estación penitencial.

La propia Iglesia ya nos dice que estos medios, bien utilizados, son un camino para la evangelización, el Papa San Pablo VI en su decreto “Inter Mirifica” (Entre los maravillosos inventos…) sobre los medios de comunicación social, nos dice en el inicio de su número 3 “La Iglesia católica, fundada por Cristo el Señor para llevar la salvación a todos los hombres y, en consecuencia, urgida por la necesidad de evangelizar, considera que forma parte de su misión predicar el mensaje de salvación, con la ayuda, también, de los medios de comunicación social, y enseñar a los hombres su recto uso.”

Y ¿cuál es el beneficio que obtenemos la hermandades por utilizar las redes sociales y medios de comunicación? Beneficio y responsabilidad, obviamente, a tenor de lo que nos indica la Iglesia. Es beneficio porque nos favorece el contacto con los hermanos, habiendo creado hermandad donde teníamos aislamiento. Es beneficio porque nos ofrece sentir la cercanía de la hermandad incluso en la distancia, esto pensando en nuestros hermanos que viven en otra localidad distinta que no permita los desplazamientos habituales a la capilla y casa de hermandad. Es beneficio porque son medios económicos y sobre todo nos permiten una inmediatez en la recepción de los mensajes. Es beneficio porque ha permitido la participación en ésta particular estación de penitencia vivida este año. Es beneficio porque en todos nuestros mensajes están Jesús y María. La responsabilidad es utilizarlos de forma adecuada y seria, precisamente porque en todos los mensajes están Jesús y María, porque transmiten y son el escaparate, la imagen de la hermandad y también de la Iglesia, como parte de ella que somos. En nuestra mano está aprovecharlos y darles un uso correcto.

jueves, 9 de abril de 2020

Pertiguero de María Santísima de la Concepción

Publicado en el boletín digital extraordinario de la Semana Santa de 2020 de la Archicofradía de Jesús Nazareno, Santa Cruz en Jerusalén y María Santísima de la Concepción.

El viacrucis de 1983 fue un antes y un después, sobre todo para quien esto escribe. Fue el momento de una decisión en que la devoción pudo más que la tradición familiar. Porque tantos días de infancia en misa en San Miguel –como se le conocía por entonces– no podían quedar en la nada. Y así, al año siguiente, al volver del servicio militar, quien escribe presentó su solicitud de hermano y fue recibido por el señor Censor (Eduardo Recio) en la preceptiva entrevista a los candidatos previa a ser aceptados como hermanos de la Archicofradía. Y en esa siguiente Semana Santa, llevó prendidas junto al corazón las cinco cruces que unen las cinco llagas de Jesús Nazareno con ese afán de sus hermanos por imitarle.

Salir de pertiguero de María Santísima de la Concepción fue un algo caído del cielo. Nunca mejor dicho, pues ir delante de nuestra Inmaculada Madre es un avance del cielo que nos aguarda. Aunque no tuve duda alguna en mi decisión de aceptar el sitio, he de reconocer que en mi casa no fue un plato de gusto, pues, en aquellos años, no estaba extendido el uso de los acólitos hermanos, siendo aún los profesionales de Santizo quienes hacían tal función. Recuerdo a mi madre como si fuese hoy mismo: Entonces ¿vas a salir como tu tío Juan Luis?. (Por cierto, el recuerdo que tengo de mi tío Juan Luis de acólito fue precisamente como cirial de María Santísima de la Concepción). Pues sí, y no solo salí como mi tío, sino que los dos primeros años como pertiguero los hice con personal de Santizo en los ciriales e incensarios. Ya al tercer año fuimos hermanos todos los acólitos de la cofradía, y eso se notó a la hora del orden y de la compostura, pues el nazareno se lleva dentro y no hace falta nada especial para que la cofradía sea la que es; solo que cada uno deje salir su nazareno interior: todo es verdad, nada impuesto ni forzado, de ahí que no seamos más ni menos que los demás, solo nosotros mismos. Como anécdota muchos amigos me han pedido muchas veces “que ponga la cara de serio de la Madrugada”. Y siempre les he respondido: “Es que yo no pongo ninguna cara en la Madrugada”. Simplemente salimos alumbrando su camino, o abrazando su cruz, a adorarle en el Monumento catedralicio.

En los muchos años que he tenido la fortuna –y el privilegio– de ser el pertiguero de la Virgen, siempre he sentido la misma emoción, como si de la primera salida se tratase. Vestirse en casa,… porque los acólitos también nos preparamos para salir: camisa blanca, manoletinas (en la bolsa), medalla (al cuello pero oculta), papeleta de sitio,… De soltero, en casa de mis padres. Ya de casado, en casa de otros hermanos nazarenos con la emoción de que, al prepararse para la Estación de Penitencia, se le añade el hacerlo en hermandad. Salir para la Iglesia; si vamos en grupo, en fila y convenientemente separados, para que no se rompa esa individualidad que caracteriza al Primitivo nazareno. No obstante, para los acólitos siempre resulta más complicado, pues al ir de paisano, el público de la Madrugada no sabe que ya vas en Estación de Penitencia y es más difícil pasar entre ellos. La llegada a la Capilla de Jesús Nazareno, sin que importen los años que lleves haciéndolo, siempre tiene el mismo repeluco: “Creo en Dios, Padre, Todopoderoso…”. Adquiere una dimensión especial cuando lo rezas arrodillado ante el Dulcísimo Jesús Nazareno. Luego, la Salve a la Santísima Virgen y al patio. Los primero años –Nazarenos de la Virgen al fondo del patio–, aún había bancos en el atrio que usaban los Primitivos más veteranos. Los acólitos nos vestíamos en la casa, en la sala del televisor, y pasábamos por turnos por el preceptivo barbero que nos dejaba a punto de revista, mientras los músicos cenaban un bocadillo que les permitiese aguantar el tirón de la noche una vez que las notas de Vicente Gómez Zarzuela quedaban guardadas en la memoria del cofrade hasta un nuevo Jueves Santo. Vuelta al atrio: fervorín y lista que pasábamos junto al resto de los nazarenos mientras las circunstancias lo permitieron. En pocos años, cambiamos el lugar de vestirnos por el de la sacristía alta y baja, donde debíamos permanecer ante el aumento de hermanos en la Estación penitencial. Incluso el fervorín y la lista los tuvimos a domicilio (¡qué gran recuerdo de nuestro querido don Eduardo Ybarra!)
Y la hora. Cerrojazo, saeta y Santa Cruz en marcha seguida por dos filas de nazarenos de cera morada. ¿Silencio? No hay silencio. Se escucha el crepitar de la cera y, en unos segundos solo, la primera llamada al galeón del Nazareno. Tres golpes y venga de frente. He de confesar que un momento al que nunca he faltado en mis años de pertiguero es a la salida del Señor. Zapatillas en la rampa, saeta y los flashes del público. Quien no lo haya visto no sabe la grandiosidad de este instante que, por cierto, siempre me ha gustado enseñar a los pajes, servidores y nuevos acólitos, porque los grandes momentos se disfrutan más si los vives en hermandad (esa es la grandeza de nuestra Estación de Penitencia). Nazarenos de cera blanca, nuevos tres golpes y primera levantá del palio. Ciriales en formación y ascua de luz que emboca el arco grande, (recuerden la película de Juan Lebrón). Venga de frente. Paje enviado a la Santa Cruz. Nueva saeta. Ciriales y cirios arriba. Sevilla en silente oración a la Llena de Gracia.

Camino a la Catedral. Ciriales arriba y abajo. Distancia, acordeón. “Escudos al frente”. Y encendiendo los ciriales. Grandes canastillas de los que he aprendido cómo es el andar primitivo: Fernando Aguado, Rafael Molina, Manuel Palomino, Juan José Cabrero, Eduardo del Rey, Alberto Ybarra, Enrique Martín Macías, Manuel Gil… Poco a poco, cuidando del horario y con las venias del Consejo (por delegación de la Autoridad Eclesiástica) y de la ciudad, llegamos a la Catedral a cumplir con el fin y precepto de la salida: adorar a Dios eucaristía en la real presencia en el Monumento. Catedral a oscuras, doble genuflexión e incienso (tres de tres, como el Papa Francisco en la Adoración extraordinaria en San Pedro en la oración por la pandemia): primero en el trascoro, ante la puerta de la Asunción; después ante la puerta de la Concepción, bajo el cuadro de Groso con bandera blanca votiva (“Cuidado con las lámparas de la primera nave del trascoro en la oscuridad catedralicia…”); ante la Virgen de la Antigua o ante la Patrona. Acólitos solos. Luego, acólitos y paso. Canastillas trabajando al ciento por ciento. “Pararse ahí”, golpe seco de llamador. Y tres de tres. Estación menor en el rezo interior del nazareno.
Cumplida la estación, y recuperado el orden de marcha, iniciamos el regreso. Cofradía estirada. Cirios apagados en la Puerta de Palos. Paje buscando la Santa Cruz (que la Virgen ya sale). Palio abandonando el atrio catedralicio y ciriales y cirios arriba. “Comprime los ciriales que hay que sacar el cortejo…”. “Bueno, pararse ahí”. Fiscal que vuelve con el horario –salimos un minuto antes– y primer tramo del Gran Poder que “vuela” hacia la Plaza del Triunfo. Reemprendemos la marcha en un milagro de control del tiempo de los fiscales: José Manuel Peña, Antonio Pérez Matheos, Manuel García, Manuel Heredia, Eduardo Castillo,  Antonio y Eduardo Rodríguez…  junto con el trabajo, al alimón, de capataces y costaleros en una alternancia de estrecheces, vueltas y fotógrafos delante del paso… Y, mientras tanto, abre y cierra los ciriales, para que no haya ni un solo corte en la cofradía. Y de este modo llegamos al final de Cuna, donde los sones macarenos suman una nueva emoción a la noche poniendo banda sonora al pregón de Carlos Colón: “Plata y carey por Cuna y una cara en la Campana”. En este punto, podemos comprobar cómo ha evolucionado la Madrugada durante los años en los que fui pertiguero. En los 80 y 90, era el Señor en Cuna y la Macarena en Campana; luego, cuando la Virgen estaba en la plaza del Duque, entraba en Campana el Señor de las Tres Caídas (algún año he visto de refilón las plumas del romano a caballo en lontananza desde el Duque). A partir de 2000, ya María Santísima de la Concepción coincidía en Cuna-Orfila con la Macarena en Campana; luego era la Virgen de la Presentación la que se encontraba en Campana cuando nosotros enfilábamos la plaza del Duque. En éstas últimas Madrugadas, al no salir de acólito y con nuestro itinerario por Daóiz y Gavidia, no tengo referencias actualizadas. Y paso a paso, chicotá a chicotá, de nuevo en la calle de las Armas y después en la calle Nueva, para entrar en San Antón por la Capilla de Jesús Nazareno, mientras el último tramo aguarda –cirios encendidos– para alumbrar la entrada de quien es la Gloria de los Nazarenos.

Ahora toca desvestirse, recoger y dejarlo todo en el mejor estado de revista. Al salir, nueva oración al Señor y a su Inmaculada Madre. Y a disfrutar de lo que resta de la Madrugada, con el alma plena por la cita cumplida y siempre con el recuerdo de lo vivido y con la multitud de anécdotas que serán siempre parte de nuestro equipaje. Como uno de los primeros años en que salía de pertiguero, en el que hubo un retraso en el Monumento y se nos fue la cofradía: recuerdo la Presidencia entrando en Alemanes y la Virgen saliendo de la Catedral… algo para olvidar, aunque aprendimos de ello. O aquel otro año que, a la entrada en Sierpes, tuve que coger un cirial porque a nuestro hermano le cayó una gota de cera en el ojo. Afortunadamente todo quedó en un susto y, en la siguiente chicotá, se reincorporó al cortejo.  ¿Y en la Catedral? Multitud de momentos singulares nos ha deparado la Catedral… Como un año, estando el Monumento en el trascoro, en el que el canastilla encargado de la genuflexión, con la oscuridad del momento, tuvo un tropiezo con uno de los incensarios, volcándose las brasas de este en sus pies. Hay que apuntar que el canastilla en cuestión iba descalzo y allí hubo impresión y sorpresa –sobre todo para el canastilla–, risas involuntarias contenidas y un recuerdo para siempre de la situación. ¿Y el año 92 con la mano de San Juan? Creo que ha sido la única vez, que yo tenga conocimiento, de que hubiera de subir un carpintero al paso de la Virgen. ¿Y el incienso? Siempre protagonista de nuestra Estación y más en la Virgen, con cuatro turíbulos. Pues un año de los de Monumento en la puerta de la Concepción, íbamos un poco más lentos de lo habitual, y con la acumulación normal de humo en estos casos, ligeramente ampliada al estar en un interior, al pasar por la nave del trascoro, comenzaron a sonar timbres en la Catedral, una y otra vez… Al llegar a la capilla bautismal, averiguamos la causa de los timbres: habían saltado las alarmas contra incendios y teníamos a los de seguridad pidiendo por favor que parásemos los incensarios…. Evidentemente continuamos en nuestro orden de marcha hacia el Monumento. ¿Y qué decir de las carreritas? La Madrugada no ha vuelto a ser igual desde entonces, pero ¿se nos ha pasado acaso por la mente la idea de no salir? La respuesta es clara: no hay Madrugada sin abrazar la cruz, ya sea literalmente como penitente, o dando luz portando cirio, o llevando las varas e insignias que proclaman nuestra historia y títulos, o al servicio de la cofradía como acólitos, costaleros o canastillas. O también, en la lectura de la Pasión según San Juan, en el peor de los casos, pero siempre junto a Jesús Nazareno y a su Madre.
¿La experiencia como pertiguero de María Santísima de la Concepción? Indescriptible. ¿Los recuerdos? Como podéis deducir de estas líneas, imborrables. ¿Lo mejor? La cercanía a la Virgen y el ser parte de la liturgia penitencial siendo uno de los servidores en su altar móvil. ¿La lección? Ir delante de Ella sintiendo que son suyas todas las miradas y que, a pesar de ir a cara descubierta, pasamos desapercibidos como el resto de los nazarenos. Y… ¿la ilusión? Soñar un nuevo Viernes Santo para, en el sitio de la cofradía que me corresponda, volver a acompañar al Dulcísimo Jesús Nazareno y a su Inmaculada Madre.

lunes, 6 de abril de 2020

Arcadia particular


Et in arcadia ego: la visita de este año a nuestra arcadia interior, ha de ser desde la memoria, y esto sí que es una verdadera penitencia que hemos de vivir, asumir y ofrecer.

El comienzo fácil sería decir que este es un post que nunca nos hubiera gustado escribir, y aunque no esté exento de verdad tampoco sería nada representativo puesto que en ningún momento hubiésemos contemplado como posible este escenario que nos ha tocado vivir. Ni en la peor de las pesadillas hubiésemos previsto este encierro por un virus, que más parece de película de ciencia ficción, que nos ha dejado con la miel en el tarro, ni siquiera en los labios. Porque lo más doloroso no es que no tengamos procesiones, lo hemos vivido en años de lluvia, lo peor es este vacío interior de no haber podido preparar nada: ni pasos en las iglesias, ni túnicas en las casas; ni siquiera poder compartir en vivo con los hermanos el viacrucis interno por la no salida. Y dolorosísimo no  poder estar con nuestros padres, abuelos, familiares y amigos. Nos ha desaparecido la cuaresma y nuestra semana santa en la calle, que es como nos gusta vivirla

En estos días de encierro hemos asistido al estreno de una plataforma de entretenimiento para toda la familia de la factoría Disney, que en su nueva aplicación mis hijas, que van teniendo una edad, aprovechando tantos momentos en casa de estos días, están viendo las series que eran su referencia cuando eran pequeñas. Lo mismo que también hemos hecho los mayores cuando hemos podido ver los dibujos animados de nuestra infancia, es algo que transporta a lo vivido, por eso la Semana Santa tiene el valor añadido de hacernos sentir niños al recordar verla con nuestros padres y la responsabilidad de los mayores de ser los encargados de traspasarla a nuestros hijos. Por eso, porque une pasado, presente y futuro, es tan dolorosa su perdida.

Volviendo a las pesadillas, que mencionábamos antes, habría que recordar esa que tenemos todos los cofrades en algún momento de nuestra vida, que llegamos tarde a la salida de nuestra hermandad, y cuando estamos llegando a la iglesia vestidos de nazareno ya vemos el paso en la calle,  despertándonos empapados en sudor y con el susto en el cuerpo por no poder formar parte de la estación penitencial. Desgraciadamente este año la estamos viviendo aunque de forma diferente, porque nos toca estar en casa. Pero, con la mano en el corazón, ¿es realmente la estación penitencial una verdadera penitencia para nosotros? Aunque suponga un sacrificio, molestia por el cartón del capirote, cansancio por las horas y por el peso del cirio, insignia o cruz, porque estamos educados en esto y lo vivimos desde la familia conjuntamente con los vecinos y amigos, en el fondo la estación penitencial se convierte en el pasaporte a nuestra propia arcadia.

Et in arcadia ego: la visita de este año a nuestra arcadia interior, ha de ser desde la memoria, y esto sí que es una verdadera penitencia que hemos de vivir, asumir y ofrecer. Ofrecerla así como hacemos cada año: por las intenciones propias, de la hermandad y de la Iglesia, pero de forma muy especial por el fin de esta pandemia que nos azota, sobre todo por los enfermos y por todos los que no han podido superar la enfermedad. Que esta especial penitencia de este año tenga su fruto que nos permita volver, el próximo año, a esa arcadia particular que es nuestra semana santa.

miércoles, 1 de abril de 2020

En hermandad


Todo cobra un valor especial cuando, gracias las redes sociales, se nos ofrece la oportunidad de mantener esa tertulia imprescindible antes y después de los cultos que nos hace ser hermandad.

Cuando escribo estas líneas es martes de la semana de pasión. Si, digo bien: semana de pasión. Soy plenamente consciente que, según la liturgia actual, estaríamos hablando del martes de la V semana de cuaresma. Si lo digo así tendría usted que pararse a pensar, pero si le digo martes de pasión recibimos la certeza inmediata que el próximo domingo es domingo de ramos. Una vez en situación, vista la cercanía de nuestros días señalados y la situación actual podríamos entrar en un bucle depresivo, no exento de razón, porque es precisamente estos momentos previos en donde la actividad en las hermandades llega a su culmen, y en las casas la actividad se vuelve frenética dando los últimos retoques a túnicas, capirotes, espartos, cíngulos, trajes, ropa de fiesta y de serio, llenando las despensas y preparando de comer para que los días que vienen estén dedicados por entero a disfrutarlos con la familia, amigos y con los hermanos de cofradía.

Pues justamente de toda la actividad de esta semana previa a la semana santa: cultos, montajes, besapiés, besamanos, montajes, incluso las primeras estaciones de penitencia, he de confesar que lo que más me falta son los momentos antes y después que pasamos con nuestros hermanos y son los que ponen en valor todos los actos de la hermandad incluida la estación de penitencia. La individualidad del hermano pasa a un segundo plano en tan que, al celebrar todos juntos con el mismo fin e intención, aunque vayamos en silencio bajo la túnica, es un acto comunitario en que se pierde el yo y se encuentra la hermandad. Es justo al igual que sucede en la música coral: se pierde la voz individual de cada uno de los componentes del coro y aparece la voz única de la formación musical (aplíquese esto mismo para las bandas de música, cornetas, agrupación o capillas). Por eso es tan importante el abrazo de los nazarenos deseándonos buena estación, el rito de la paz en la eucaristía, o las convivencias antes y después de los cultos, porque perdemos la voz individual para que aparezca la voz de la hermandad.

¿Y cómo podemos vivirlo en estos días de forzada reclusión? A través de las redes sociales y medios de comunicación podemos seguir los distintos cultos, meditaciones, ejercicio de las cinco llagas, viacrucis, ángelus (en Vera Cruz lo enviamos grabado una familia diferente para sentirnos unidos aún en la distancia), por supuesto la misa dominical… Y todo cobra un valor especial cuando, gracias a los siempre terribles grupos de whattsapp y otras redes sociales, que en esta ocasión nos ofrecen la oportunidad de mantener esa tertulia imprescindible antes y después de los cultos que nos hace ser hermandad.

Pues sí, el próximo domingo es domingo de ramos y empieza la semana santa. No hay que esperar un año, eso solo para quien se queda con el cucurucho de las procesiones y no disfruta el contenido del mismo que es lo que le da sentido y valor: la celebración de la pasión muerte y resurrección del Señor, y sobre todo celebrarlo en unidad con nuestros hermanos. Y esto último, aunque sea a distancia, lo tenemos al alcance de la mano.