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En la madrugada eterna de Sevilla, origen de nuestra semana santa, noche de vigilia y penitencia, tres son las formas como Sevilla vive la penitencia: la silente imitación a Jesús Nazareno; siendo testigos del Gran Poder de Dios en su epifanía dolorosa de cada primavera, y acompañándole y velando su sueño en el momento supremo en el monte Calvario.
Los hermanos del
Calvario acompañan a su imagen titular de Cristo muerto en la cruz en el día en
que ésta se conmemora a visitar a Dios vivo y verdaderamente presente en el
monumento de la Santa Iglesia Catedral, momento culmen y principal de las
estaciones de penitencia de las hermandades de la tarde del jueves santo y la
madrugada.
Dios, por el hombre, ha muerto sobre
la roca fría del Calvario. Ya se ha consumado el sacrificio y, aunque falta el
triunfo de la resurrección, los hermanos del Calvario quieren que tras tan
amargas y duras penas, el Señor descanse. Por eso, en esta noche oscura del
alma y ante el anuncio del alba que ha de venir, calzan alpargatas que no hagan
ni el más leve ruido que moleste el sueño de Dios en el Calvario. Porque este
sueño del Señor no supone ni un alejamiento ni un abandono a los hombres, sino
la forma que tenemos de manifestar que queremos que siempre esté con nosotros,
y como hombres que somos, queremos que esté en forma de hombre, aunque sea
dormido, pues cuando despierte será Jesús Resucitado que en su cuerpo glorioso
nunca nos abandonará por dejarnos al Espíritu Santo velando siempre por
nosotros.
La alpargata, además constituye la
plasmación del sentido de humildad que tienen los hermanos del calvario, al
igual que las Hermanas de la Cruz, pues de esta forma se representa que nada
nos pertenece, todo es de Dios y hemos de aparecer humildes ante Él. Silencio,
recogimiento, severidad y compostura en ese rito anualmente repetido, recibido
en herencia directa de nuestros mayores y actualizado con esa naturalidad
inherente a lo que es propio y no necesita ni enseñarse ni aprenderse pues va
inmerso en el interior de cada uno.
Tras la visita al Santísimo,
cumplido el mandamiento y la penitencia, la vuelta a casa, y aunque la luz del
día pueda bañar de luz esa lumbre divina que ilumina el Calvario, el
recogimiento de la noche se mantiene hasta que el portentoso crucificado entra
en la parroquia. A partir de aquí la capilla y su retablo custodiarán la imagen
de Cristo durante todo el año para que, sin ruido ni aspavientos y con la
humildad de esas alpargatas que se visten una noche y se llevan todo el año en
el alma, los hermanos del Calvario, sus vecinos y todo aquel que quiera
acercarse a Jesús crucificado, puedan
visitarle y hacerle partícipe de sus vidas.