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“Este año no tenemos pasos, seguiremos sin vestir la túnica y añoraremos ese abrazo cuando de nazarenos entramos en nuestras capillas para la estación penitencial”.
Que la semana santa tiene su origen
y fundamento en la tradición católica es algo conocido por todos, como también
lo es que el pueblo la ha hecho suya hasta el punto que ha vertebrado la vida
de la ciudad en torno a sus hermandades y cofradías, siendo la mayoría de los
sevillanos hermanos de alguna corporación, o cuanto menos devoto de algunas de
sus imágenes. La pertenencia a una hermandad viene determinada en muchos casos
como una tradición familiar, así la propia vida e historia de las familias
quedan ligadas a la hermandad, constituyendo las vivencias en la cofradía un
acto de memoria y recuerdo hacia nuestros antecesores. Pero no solo la familiar
es vía de acceso a una hermandad, sino nuestra vinculación a ellas por cercanía
con amigos o por la propia devoción que tengamos hacia sus titulares que,
siendo como son asociaciones donde se tributa culto a Dios posiblemente sea de
los motivos más de peso para pertenecer a ellas.
La semana santa es rodo un
espectáculo en sí misma. Hecha por el pueblo y para el pueblo interpreta en
clave de sentimiento todo aquello que celebramos desde la óptica religiosa y lo
convierte en algo único que engloba en su todo las más variopintas artes visuales,
sonoras, olfativas y hasta gustativas que habremos de interpretar desde la
doble perspectiva de una gastronomía propia y una exquisitez en los modos y las
formas de hacer. Todo ello constituye lo mostrado, lo que el propio y el
visitante encuentra cuando interviene en esta explosión de júbilo popular,
porque la semana santa si bien hemos apuntado que es un espectáculo pro todo
cuanto engloba, no se trata de ninguna representación donde unos interpretan y
otros son espectadores del evento, aquí todos somos actores en primera persona
y entre todos construimos esta manifestación de la fe, del sentir, del querer,
de la propia vida del pueblo. En esta manifestación del alma de la ciudad, cada
hermandad tiene su particular “puesta en escena” fruto, imagen y espejo de su
historia, personalidad y reflejo de la vida interior de la misma con sus
hermanos, y es aquí donde cada uno puede forjarse su idea de cómo es cada
corporación.
Tras este primer conocimiento, bien
por la pertenencia a la hermandad particular, bien a través de acercamientos
por amistades o conocidos, o bien por casualidades de la propia vida en mi caso
también cantando en los cultos de muchas de ellas, podemos acceder a la vida
interior de la corporación conocer su forma de actuar puertas adentro, su forma
de celebrar los cultos (que curioso que siendo la celebración de la eucaristía
un rito común a todos los católicos en cada hermandad sabe darle ese toque
personal que las diferencia unas de otras), conocer sus gentes, sus modos, su
acogida… y es entonces cuando a través de los vivido cambia nuestra percepción
de dicha hermandad pasa a formar parte de la nómina de nuestro corazón. Porque,
independientemente de la devoción que puedan inspirarnos cada una de las
imágenes sagradas, nuestro sentimiento hacia dicha hermandad queda condicionado
por la experiencia real vivida en su seno.
Y es entonces, a partir de esta
experiencia vivida, recibimos de forma diferente a la hermandad cuando acudimos
a su encuentro en su estación de penitencia. Porque no es solo la imagen
singular que proyecta la cofradía en su discurrir sino lo sentido por cada uno
al evocar lo que hemos vivido en su interior con sus hermanos. Si una calle en
semana santa trae a cada uno la memoria concreta de una hermandad determinada
según las emociones vividas al paso de sus sagrados titulares, como es en mi
caso particular el Cachorro por O’donnell, cuando una hermandad pertenece a la nómina
del corazón solo el discurrir por las calles aledañas de su barrio ya nos
manifiesta ese pellizco en el alma que nos une a dicha hermandad, aunque
estemos en el mes de agosto, como es mi caso particular en mi barrio de San
Pablo o simplemente en las cercanías del Tiro de Línea por citar algún ejemplo.
Este año no tenemos pasos,
seguiremos sin vestir la túnica y añoraremos ese abrazo cuando de nazarenos
entramos en nuestras capillas para la estación penitencial. Tenemos altares
extraordinarios (en su doble acepción), exposiciones y muestras que intentan
llenar ese vacío de la ausencia de cortejos en la calle. Al igual que esos
anuncios que vemos en las parroquias antiguas “por aquí se administran los
santos sacramentos a deshoras”, siento esta semana santa como una semana santa
de deshoras… al igual que se colocan azulejos de los titulares en las fachadas
de los templos para facilitar la oración cuando están cerrados… al igual que
cuando acudimos a esa intima visita al Señor cuando la iglesia está recién
abierta y estamos solos en su interior en intima comunicación con Él… como lo
sentimos en la cercanía de las estampas que guardamos en nuestras carteras,
mesitas de noche, o ese lugar privilegiado que le reservamos en nuestras casas…
como le siente un nazareno de ruan en la soledad del interior de la túnica aunque
vaya en el cortejo con sus hermanos pero sin volver la cara para no alterar la
compostura y que nos priva de la contemplación de su imagen pero que marca ese
recogimiento interior que solo cada uno puede saber cómo es… incluso en esa
otra deshora del parón de una cofradía de capa en la que se experimenta la
alegría de compartir el amor por tu Cristo o por tu Virgen repartiendo a los
niños medallitas y caramelos que les haga más llevadera la espera… deshoras
fueron los viacrucis en streaming vividos desde el confinamiento pandémico… y
por supuesto nuestras deshoras este año la conformarán las medidas de seguridad
y aforos permitidos en nuestro acceso a los templos…
Vivamos, participemos, celebremos,
compartamos con nuestros hermanos lo que perdimos el año pasado. No tendremos
procesiones pero tenemos a Cristo y a la Virgen que nos esperan con o sin
altares extraordinarios, tenemos a nuestros hermanos, con los que podemos
asistir este año a nuestros viacrucis del día de la salida, y sobre todo
tenemos nuestro sentimiento interior, ese que nos une a la hermandad, seamos o
no hermanos, porque pertenece a nuestra nómina del corazón.
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