Porque el día de Epifanía, además de ser
la manifestación del Gran Poder de Dios, es cuando los niños reciben los
juguetes y por eso atesoran en sí toda la ilusión mientras esperan el mágico
momento de la mañana del 6 de enero.
Hay determinados
días al año que vienen marcados por una característica singular que les hace
especiales según lo que celebremos en dicho día así el 18 de diciembre es el
día de la Esperanza. También la ironía tiene su pequeño protagonismo en días
como el del sorteo de navidad de la lotería, bautizado popularmente como el día
de la salud porque, ya que no nos toca el sorteo al menos tenemos salud para
disfrutar de la vida con los nuestros. De lo que no hay ninguna duda es en el
día de la ilusión que, por ser tan importante, lo celebramos por duplicado el 5
y el 6 de enero con la cabalgata y el día de los reyes magos.
Porque el día de
Epifanía en que celebramos a los Reyes Magos, además de ser la manifestación
del Gran Poder de Dios -se postrarán ante Ti, Señor, todos los pueblos de la
tierra (Sal 71)- que por eso celebramos su quinario en los albores del año
nuevo, es cuando los niños reciben los juguetes en recuerdo de los presentes
que los Magos ofrendaron al Rey de reyes y por eso atesoran en sí toda la ilusión
mientras esperan el mágico momento de la mañana del 6 de enero. Esa mañana que
es posible gracias a esos pajes fundamentales de SSMM de oriente que son los
hacen encajes de bolillos con lo posible, y a veces incluso lo imposible, para
que nada falte en ese transcendental momento que dejará huella imborrable en
nuestra memoria. Son tan fundamentales estos pajes sobre todo por ser los auténticos
transmisores de la ilusión que se han ganado de por sí en título de reyes
magos.
Pero los auténticos
reyes magos de verdad son los niños, porque son los portadores de la ilusión
que irradian sus rostros durante todas las navidades especialmente en las
visitas a los carteros reales y cuando en los escaparates, catálogos y anuncios
con los juguetes más preciados y que esperan conseguir en esa mañana de los
sueños. Porque la navidad, aparte de recordar el nacimiento de Jesús, es la
fiesta de los niños por eso cuando cumplimos años por decenas seguramente
diremos que ya no nos gustan las navidades cuando lo que realmente sucede es
que se nos ha traspapelado nuestro niño interior.
Ilusión es ese desbordamiento de alegría
cuando se visten por primera vez de monaguillo acompañando a sus mayores y
repartiendo esos caramelos y estampitas que son oraciones hechas presentes.
Porque es esa
capacidad de descubrimiento y aprendizaje que tienen los niños la que les hace
vivir tan intensamente cada uno de los acontecimientos de la vida, paladeándolos
y disfrutando de ellos, sacando todo el jugo que puedan contener. Así cada
momento vivido es una auténtica revelación, como lo fue para aquellos niños en
ese despertar de un domingo de noviembre de 2004 cuando al salir al balcón de
su casa vieron pasar a la Amargura camino de la Catedral en el cincuentenario
de su coronación. Así esa mirada de júbilo cuando juegan en esa “rampla” que une
lo divino y lo humano: testigo de hosannas en la Entrada en Jerusalén, testimonio
que solo por el Amor podemos llegar a Dios y constancia que solo en su Pasión seremos
confortados en esta vida y encontraremos el camino para la eterna. Así ese
desbordamiento de alegría cuando se visten por primera vez de monaguillo
acompañando a sus mayores y repartiendo esos caramelos y estampitas que son
oraciones hechas presentes, por no decir esa emoción interior cuando lo que se
viste por primera vez es la túnica penitencial. Así esa piel de gallina cuando
de dalmática o sotana y roquete nos estrenamos de acólitos delante de nuestros
titulares en el día grande de nuestra cofradía. O así ese repeluco que nos
recorre la espalda cuando vestimos por primera vez el costal y la faja que nos
hacen ser los pies de Jesús y María, compartiendo con nuestros hermanos ese
trabajo que es tan en equipo que en vez
de decirnos costaleros nos llamamos cuadrilla.
Lo que es seguro
es que la ilusión es el motor que nos mueve a disfrutar de cada uno de los días
de nuestra vida, por eso hay que sembrarla y cuidarla en los niños para que
arraigue bien en nuestro interior y permanezca siempre, recordándonos en cada
momento el niño que una vez fuimos y que vive en nuestro interior, aunque a
veces no lo encontremos, pero es el niño que nos hace vivir en plenitud.