domingo, 13 de diciembre de 2020

Buenos días nos dé Dios


 

“Buenos días nos dé Dios”. Este sencillo saludo al comenzar el día, en el que pedimos al señor nos conceda una buena jornada, formaba parte de la banda sonora de mi infancia y juventud, pues para una de mis tías, hermana de mi madre, era su grito de guerra en las mañanas, apostillado siempre con “y parte en su santa gloria” con lo que no solo le pedimos disfrutar un buen día, sino ser partícipes de la gloria eterna al fin de nuestra vida.

 

Un sencillo y profundo saludo que con el transcurso de la vida fue quedando atrás al no estar tan en contacto diario con quien lo propagaba voz populi cada mañana, pero que años después y gracias al saludo diario en el grupo de whatsapp que compartimos un grupo de amigos de la hermandad, “buenos días nos dé Dios” volvió a ser punto de partida de nuestro día a día. Y, como no podía ser de otra forma, ante este saludo emerge consustancial la jaculatoria familiar “y parte en su santa gloria”.

 

Como dice siempre un conocido tuitero “todo lo que somos ocurre en la niñez” y lo que ocurre en la niñez siempre formará parte de nuestra vida, como esos rosarios que aprendíamos a rezar con nuestras abuelas y que nos vienen a la memoria cuando lo rezamos en los cultos de nuestra hermandad. Por eso, en este tiempo difícil que atravesamos no hay un saludo mejor para nuestras mañanas.

 

Y al igual que hacemos en el rezo de las horas, si en laudes alabamos a Dios por el Mesías con el cántico de Zacarías, en vísperas alabamos al Señor con el saludo de María a Isabel, por eso en la tarde el recuerdo va para la Madre con el Acordaos de San Bernardo, porque nadie que se haya encomendado a Ella se ha visto desamparado.

 

Para quienes creemos, somos cofrades y como tales parte de la iglesia, no hay mejor forma empezar y terminar el día que dando gracias a Dios, pidiendo la protección del Hijo, “buenos días nos de Dios”  y dando un beso a su Madre #Acordaos.



martes, 8 de diciembre de 2020

Días de Jacinto y Celeste

 

Celebramos la Purísima, fiesta que nace del corazón mismo de la ciudad como muestra de su amor desmedido a la Madre del Señor. Dialécticas, riñas, pugnas, coplillas y mucho culto, con visitas al rey y al papa, consiguieron con el tiemp
o la proclamación del dogma Inmaculista. Parafraseando el título de una conocida película ”días de vino y rosas” cuyo argumento ni tiene que ver con lo hablamos ni nos interesa en este momento, quisiera dedicar unas breves líneas a esta gran Fiesta de la Iglesia y cita obligada en el calendario de la urbe fijándome para ello en tres hermandades de especial cercanía para quien escribe que, atendiendo a los colores tradicionales de vestir a las Inmaculadas conforman nuestros “Días de Jacinto y Celeste”

 

En el principio de la disputa las teorías maculista, “la Virgen nació como vos y como yo aunque luego fuese limpiada de pecado”, y la inmaculista “fue preservada de la mancha original desde el primer instante de su purísimo ser” esta última defendida en primera instancia por la Orden de San Francisco que en la ciudad tuvo el apoyo y sustento de la hermandad de la Santísima Vera Cruz nacida en el mismo seno de la Orden en la Casa Grande de San Francisco. Grandes y señalados eran las celebraciones a la Inmaculada en la Casa Grande, que según narran los libros de la época las principales eran las organizadas por la hermandad en las que participaba toda la Orden. De las varias imágenes de la Virgen que llegó a poseer esta hermandad solo perdura en nuestros días la que responde a la antigua advocación de “La Virgen de Tristeza”, que aunque en nuestros días y en su fiesta grande aparezca con sus mejores galas siempre en el negro tradicional de su carácter doloroso, tenemos el testigo y recuerdo de uno de sus libros de reglas (1627)  iluminado por Juan de Herrera y hoy en la Universidad de Sevilla, en que la imagen de la Virgen es la Inmaculada de Jacinto y Celeste.

 

Alto, claro y brillante se expresa la hermandad de la Santa Cruz en Jerusalén que, contando entre sus primitivos hermanos con personas de la más alta influencia en la ciudad, fue el gran eco en la defensa de esta piadosa creencia. Voz de Miguel Cid. Imagen de Pacheco, que aunque en su tratado defendiese que para la Inmaculada se usasen los colores celeste y blanco, gustaba representarla de jacinto y celeste, como también lo hizo su yerno Diego Velázquez: Música original de Bernardo del Toro después popularizada por Correa de Arauxo en las tres Glosas de su Facultad Orgánica, y más cercana a nuestros días reinterpretada por el maestro Eslava y completada por los Alabados de Torres, que son los que conforman la banda sonora actual a nuestros días de jacinto y celeste. Y como no firmado con solemne voto de sangre en defensa de la Concepción Inmaculada de María y rubricado en forma de bandera blanca, espada desnuda y cirio encendido.

 


Y rotundos fueron los hermanos de Los Negritos Fernando de Molina y Pedro Francisco de Moreno, que siendo hombres libres se vendieron como esclavos para con ese dinero sufragar los cultos en honor a La Reina de los Ángeles.  
Foto: A. Rubén González Arellano

No cabe más. Solo el amor que el pueblo le profesa a la Madre del Salvador, de quien antaño se hablaba como la preservada de pecado y de quien hoy decimos que está tan llena de la Gracia de Dios que no había sitio en ella para el pecado y ésto es lo que celebramos en los días jacinto y celeste, en este año tan especial por la pandemia que sufrimos. Por eso, con o sin besamanos, con imágenes en los presbiterios o en los altares pero siempre a la veneración de los fieles, en templos aforados o través de las redes sociales seguimos aclamando:


“Todo el mundo en general,

A voces, Reina, escogida,

Diga que sois Concebida

Sin Pecado Original.”