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lunes, 3 de febrero de 2020

En familia...


Quiero centrarme en el rosario, que se hacía en familia cuando nos reuníamos en la tarde de los sábados, tardes de Los Bravos alternando con Amargura, que entonces era en singular, tras lo cual los mayores rezaban y los chicos aprendíamos a hacerlo.

Es prácticamente común a todas nuestras hermandades comenzar sus cultos de regla rezando el Santo Rosario. Además de ser una antiquísima oración, pues sus orígenes se remontan al siglo X, no solo constituye una alabanza a la Madre de Nuestro Señor, sino que a través de sus diferentes misterios, desde la Anunciación hasta la Coronación de María como Reina de Cielos y Tierra, repasamos la vida de Jesús a través de su infancia, vida pública, pasión, muerte, resurrección y su regreso glorioso al cielo. No es de extrañar, por tanto, que sea precisamente esta oración la que ocupe los primeros momentos de adoración al Santísimo Sacramento cuando se exponía para la celebración del culto antes del Vaticano II (algunas hermandades si conservan esta exposición previa a la celebración de la Santa Misa), y sirva de prólogo al culto en la actualidad, pues, como comentaba anteriormente, además de constituir un repaso por la vida de Jesús, uniendo el culto a Jesús y su Madre, es una oración que caló hondo en el corazón del pueblo, sobre todo en nuestra ciudad que fue el origen, allá por 1690, de los rosarios públicos o callejeros que muy pronto se extendieron por España y América. Al ser oración del pueblo era costumbre de rezarlo en familia, aunque hoy día, con los nuevos ritmos de vida, ya no es una práctica tan usual.

Foto: Elias Beltrán Rodríguez @ELIASBELTRANROD
Quiero centrarme en este rosario, el que se hacía en familia cuando nos reuníamos en la tarde de los sábados, los mayores rezaban y los chicos aprendíamos a hacerlo. Eran tardes de televisión con apenas dos cadenas, sin internet. Tardes en que tras la película se podía sacar el picú y ponerlo sobre la mesa camilla del salón para escuchar los discos preferidos de cada uno. Tardes de Formula V o Los Bravos alternando con Amargura, entonces era en singular, por la Banda Municipal dirigida por el maestro Braña en aquella mítica grabación en “disco chico” de la casa Alhambra en la que, para tener toda la marcha, del segundo trio se pasaba directamente a la saeta. Tardes de música, también en familia, hasta que caía la luz del sol y se encendía esa pequeña lámpara que confiere a la salita esa luz intima de reposo en la casa, cuando nada más importaba que estar unos con los otros. Justo entonces era el momento del rosario. Normalmente la tía mayor dirigía el rezo mientras los demás iban respondiendo a todas las salutaciones desgranadas en respuesta a los misterios gloriosos que correspondían a los sábados de los primeros setenta. Y después la colección de piropos a la Madre que llamamos letanías que salían a borbotones de ese ajado papel, amarillento ya por los años de uso y oraciones, que servía de guía para el rezo. Así sábado tras sábado, mientras no hubiere algo extraordinario, avemaría tras avemaría, se vivía y rezaba en familia, hasta que un buen día la tía propuso al sobrino mayor, aunque aún no contaba la decena de años, dirigir esta tarde la oración. Sorpresa y titubeo del primer momento y niño con zapatos nuevos al sentir una primera responsabilidad sobre sus hombros. ¡¡Gloria!! Santa María… Desde entonces el rosario fue más rosario porque se sentía protagonista. Y ya lo era antes aunque no se diera cuenta, pues todo el que reza es protagonista de sus oraciones, pero necesitaba ese empujoncito de ser la voz dirigente para considerarse parte fundamental del rezo. Sábado a sábado fue aprendiendo y dejando atrás los titubeos de los primeros momentos llegando casi a no necesitar el ajado papel como guía de la oración.

En los cultos de la hermandad  tenemos ese momento de rezo en común en que, junto a nuestros hermanos, compartimos avemarías en familia mientras recordamos la vida de Jesús.

Ha pasado el tiempo, ya no está la abuela, ni la tía, ni los padres, ni la casa familiar. Ahora hay muchas cadenas de televisión, internet, redes sociales y whattsapp. Las tardes en familia ahora se pasan con el móvil en la mano y, aunque estemos juntos, no es como antes  -simplemente diferente-. Pero en los cultos de la hermandad, tenemos ese momento de rezo en común en que, junto a nuestros hermanos, compartimos avemarías mientras recordamos la vida de Jesús. Y cuando me toca ser la voz dirigente del rezo, el ambón se transforma en mesa camilla y la luz artística de la capilla se torna en quinqué sobre la mesa que alumbra las letanías que dedicamos a la Virgen y que, como las mejores cosas, hacemos en familia.