sábado, 3 de abril de 2021

#SoydelaVeraCruz

 Publicado en ElForoCofrade.es

Ser de la Vera Cruz no es solo ser hermano  de una corporación, es formar parte de una gran familia, pues así nos sentimos los hermanos de la Vera Cruz. 



Vivimos un tiempo complicado, hosco, difícil, descorazonador. Cuesta trabajo ver la luz en el final de este sombrío túnel que ha tocado vivir a nuestra generación, al igual que nuestros antepasados sufrieron guerras, gripes, peste… Dos años con la vida secuestrada en busca de esa minimización de daños que nos permitan pasar esta página de la mejor forma posible. Dos años en los que la vivencia de nuestra semana santa a la usanza tradicional, con cofradías en la calle, se ha visto abocada al recuerdo de la arcadia interior de cada uno. Porque si la contemplación de una cofradía en la calle, o la vivencia de la salida en unión a nuestros hermanos nazarenos, hace posible esa unión interior con nuestros seres queridos que ya gozan de la presencia del Padre, que fueron quienes nos enseñaron a amar a Cristo, a la Iglesia y a las hermandades, a vivir en hermandad y a trasmitir estos sentimientos a las nuevas generaciones de jóvenes, estos años esa cercanía quasi espiritual con nuestro padres hemos de vivirla desde la memoria, en esos recuerdos que guardamos en ese rincón secreto del corazón que solo el sentimiento conoce. Quizás sea esto parte de lo que llaman la semana santa íntima…  ¿Y de qué forma creamos dichos recuerdos, los evocamos,  los conservamos, incluso los transmitimos? Mediante la vida en las hermandades y voy a contarles sobre mi hermandad: ¿Qué es ser de la Vera Cruz?

 

Manuel Sánchez del Arco en su “Cruz de Guía” nos dice que primero fue la retórica a la que muy pronto se le impuso la plástica. Los “místicos” no llegaban al pueblo; bien es cierto que no siempre fueron bien estudiados, ni sus obras gozaron de una gran difusión en su momento, teniendo en cuenta que entre místicos y ascéticos son numerosísimas las obras escritas, y que como dijo Menéndez y Pelayo “No hay sistema de Teología que pueda encerrar todos los modos por donde lo divino se manifiesta al alma”. Lo mejor de todo es lo que queda fuera de esta enorme biblioteca, que es lo que las hermandades recogen y nos transmiten: que “Cristo ha muerto explicando una lección de amor universal”.

 

Pasado el tiempo, cuando apenas queda memoria de los escritos, ahí están las hermandades impresionando con la misma fuerza que en los siglos XVI y XVII con sus imágenes procesionales. No es que la imagen tenga más importancia que los escritos, si no que en tiempos donde la cultura no era patrimonio de todos, allí es donde las imágenes llevan y transmiten su mensaje. Fiel al espíritu de Trento la hermandad tiene en la imagen la forma de hablar al pueblo. La plástica ha dado en Sevilla su mejor y más amplia lección sirviendo a la religión en el punto más alto de meditación  que podía ofrecer: La Pasión.

 

La contemplación de Cristo Crucificado sirve para captar más fácilmente el significado del dolor inmenso e injusto sufrido para la salvación del hombre. La devoción al Santo Crucifijo adquiere una singular relevancia en las iglesias dedicadas al misterio de la Cruz y muy especialmente en los conventos. Al paso por las altísimas bóvedas catedralicias y en la estación ante el monumento las cofradías adquieren una severidad claustral. En los lugares donde se veneran reliquias del Lignum Crucis aún se magnifica esa devoción a Cristo en la Cruz. Precisamente la Orden Seráfica, por ser los guardianes y custodios de Tierra Santa, fueron los principales difusores de las reliquias del Santo Madero y por consiguiente del culto a la Verdadera Cruz.

 

En ese marco de mística popular, en ese ambiente conventual de Casa Grande de San Francisco, es donde se nos regaló a Sevilla el Santísimo Cristo de la Veracruz: grave, severa, profundamente doliente, la imagen del crucificado trasciende su propio sufrimiento para, en esa ascética del claustro monacal de los seráficos hermanos, hoy revivida en la capilla del Dulce Nombre de Jesús, abrirnos sus brazos y hacernos partícipes de la gran lección de amor del Calvario. Es ese abrazo el que nos hace partícipes de su Cruz; en ese abrazo es donde unimos nuestra cruz particular con su Cruz Salvadora; es ese abrazo de Jesús en la Cruz el que nos hace hermanos en la Vera Cruz y nos invita cada día a compartirla con El (En tu Cruz, contigo quiero estar…)

Porque al final nuestra elección es aceptar esa cruz que cada día se nos ofrece y se nos regala en ese abrazo de brazos abiertos de quien lleva más de quinientos años diciéndonos: “Toma tu cruz y sígueme”.

Pero ser de la Vera Cruz no es solo ser hermano  de una corporación, es formar parte de una gran familia, pues así nos sentimos los hermanos de la Vera Cruz. Ir a la capilla o a la casa de hermandad no es encontrarte con personas que sienten devoción por la misma imagen de crucificado que tú, es saber que te vas a encontrar con tu familia, con seres queridos quienes nos preguntamos cómo nos va la vida, por nuestros padres e hijos, nos alegramos y felicitamos por nuestros éxitos profesionales o por los de nuestros hijos , lloramos juntos nuestros males y pérdidas, y los que disfrutamos en armonía la cotidianidad de una convivencia en nuestra casa de hermandad al termino del culto que corresponda. Ser de la Vera Cruz es trabajar por y para los demás desde una diputación de caridad que se reinventa cada año, como se hace con las carretillas, para intentar atender a tantos que lo necesitan, o cómo también se hizo desde el centro de educación permanente de adultos que tuvo la hermandad y que a tantos ayudó a conseguir sus estudios básicos, o procurando una buena formación litúrgica de nuestros hermanos, especialmente los jóvenes que son los acólitos en los cultos de la hermandad.  Y lo más importante esta familia no solo se corresponde a nuestra hermandad, sino que gracias a la Confraternidad de la Vera Cruz todas las hermandades que seguimos a Cristo Crucificado como lo visualizamos cada lunes santo tras el Santo Cristo de la hermandad de Sevilla, lo materializamos en los actos y cultos que hacemos en conjunto, fundamentalmente  la anual peregrinación de cada mes de septiembre, y lo demostramos cuando un hermano de la Vera Cruz visita otras localidades y encuentra abiertas las puertas de la Capilla, la casa y los brazos de sus hermanos para sentirnos uno más de la casa, como he vivido en primera persona en mis últimos viajes a Caravaca de la Cruz o Cádiz por citar los ejemplos más recientes, y aprovechar esta oportunidad de volver a mostrar mi agradecimiento por las atenciones recibidas y de hacernos sentir en casa.

 

Ser de la Vera Cruz es algo que va más allá que el ser hermano de una Hermandad. Ser de la Vera Cruz es un sentimiento: es una opción de vida, como dice mi hermano y amigo Francisco Berjano seguramente la mejor elección que podamos hacer.  Pero realmente la Veracruz no viene impuesta, quizás no siquiera se elige; suele llegar como algo puramente casual. El ser de la Vera Cruz es algo que te atrapa y te envuelve, y una vez ese sentimiento ha penetrado en ti, ya no te abandona nunca. Porque al final nuestra elección es aceptar esa cruz que cada día se nos ofrece y se nos regala en ese abrazo de brazos abiertos de quien lleva más de quinientos años diciéndonos: “Toma tu cruz y sígueme”.

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