martes, 28 de abril de 2020

La vida...


Son muchos buenos ratos en los que te ha desgranado ese fondo profundo que se torna en el rito y la regla que hiere a Montesinos por el camino más corto de la memoria, pero con las palabras coloquiales de quien, como un padre, muestra a sus hijos esos jirones del alma que conforman el ser íntimo de la hermandad.

Un antiguo hermano y amigo, cada vez que hablamos sobre la hermandad en las buenas tertulias que gustamos de tener los hermanos en nuestras capillas y casas de hermandad (y grupos de whattsapp, que no hay que dar la espalda a las tecnologías), al referirnos a recuerdos de lo pasado y la evolución de los tiempos suele apostillar: “La vida…” He de reconocer que si bien entiendo perfectamente lo que quiere decir en cada momento, en cada conversación, en cada circunstancia, siempre me deja ese pequeño resquicio a la reflexión sobre las diferentes interpretaciones que podemos darle a la palabra vida. Según el diccionario vida es el tiempo que transcurre desde el nacimiento de un ser hasta su muerte. También es la propia existencia de los seres, o la fuerza o actividad esencial mediante la que obra el ser que la posee. Quizás nosotros al decir “la vida” nos referimos a todo aquello que rodea nuestra propia realidad, la experiencia que adquirimos a través de los hechos que nos ocurren, tanto buenos como menos buenos, y la enseñanza que los mismos nos aportan. Quizá una de las mejores cosas que podemos agradecer a la vida es la oportunidad de conocer a  grandes y magnificas personas que nos aportan sus conocimientos, experiencias, vivencias, inquietudes, que nos enseñan, nos corrigen en lo que vamos mal encaminado, nos alientan cuando se nos hace duro el camino y nos sonríen en nuestros logros. En las cofradías nos encontramos con muchos hermanos que marcarán nuestro paso por la misma, por lo que nos transmiten y por la forma en que lo hacen.
 
Es ese hermano al que conoces incluso antes de llegar a la hermandad, porque en esta ciudad en el fondo nos conocemos todos, y a quien no conocemos en primera instancia terminamos encontrando un amigo común. Así, llegas a este hermano en esas magnificas tertulias de sábados a mediodía  en las que se entablan esas magnificas conversaciones sobre su hermandad, de la que es hermano desde hace varias generaciones y, que a ti te fascina desde que eras chico. Son muchos buenos ratos en los que te ha desgranado ese fondo profundo que se torna en el rito y la regla que hiere a Montesinos por el camino más corto de la memoria, pero con las palabras coloquiales de quien, como un padre, muestra a sus hijos esos jirones del alma que conforman el ser íntimo de la hermandad. Y tanto entusiasmo tiene en sus palabras y en su trato cariñoso y cercano que, entusiasmado vences las dudas familiares y te haces hermano de esa hermandad anhelada, tornándose esos encuentros de ratos fugaces en convivencia en la iglesia y casa de hermandad. Y ya no es solo contar desde sus recuerdos la historia vivida con su familia y los hermanos antiguos, los que son para nosotros la experiencia, sino compartir y enseñar la historia reciente de la hermandad. Tardes de besamanos y besapiés donde la juventud nos acercábamos a conocer su opinión, sus crónicas, sus constructivas y a veces guasonas críticas y sus constantes referencias a sus buenos amigos y hermanos cofrades, de la nuestra y de otras hermandades con lo que el aprendizaje estaba asegurado. También noches de priostía en las fechas más señaladas donde se alternaba la convivencia con el trabajo en hermandad, siempre con la buena charla, oídos atentos y la mente presta a absorber información. Noches de cuaresma hablando del andar de la cofradía y sobre todo del paso de la Virgen, que conocía como pocos en sus muchos años saliendo junto a la Señora, y que también nos transmitía desde ese saber que otorga la experiencia.

Así, nuestros hijos tomaron el lugar que ocupábamos en la nueva generación de juventud deseosa de conocer, por tus palabras, ese rincón intimo que la historia y los sentimientos vividos hacen que cada hermandad tenga guardado para que sus hermanos lo descubran cuando estén dispuestos a darse y trabajar entre todos para perpetuar este legado recibido de quienes nos precedieron.

Y fueron pasando los años, fuimos creciendo, cambiando estudios por trabajo, formando nuestras familias, continuando en el seno de la hermandad y pasamos de ser los oyentes a ser sus contertulios, los que intercambiamos opiniones con el amigo, el hermano. Así, nuestros hijos tomaron el lugar que ocupábamos en la nueva generación de juventud deseosa de conocer, por tus palabras, ese rincón intimo que la historia y los sentimientos vividos hacen que cada hermandad tenga guardado para que sus hermanos lo descubran cuando estén dispuestos a darse y trabajar entre todos para perpetuar este legado recibido de quienes nos precedieron. Como dice mi amigo (y hermano) la vida… La vida es caprichosa y, lo que nos otorga un día otro nos los arrebata, dejándonos un poco más huérfanos, haciendo más corta la fila de nazarenos que nos preceden y obligándonos a adelantar puestos en la misma, a la vez que hace más larga la de quienes vienen detrás, que nos tendrán como modelo por ser ahora quienes les precedemos, y que solo podremos hacerlo si somos fieles al espíritu que nuestros mayores nos enseñaron, que tú nos enseñaste. En nuestro recuerdo siempre, querido Juan.



No hay comentarios:

Publicar un comentario