El
alma. Por la espada traspasada,
Los
ojos, sonrojados por el llanto,
Sumida,
en el pesar de tu quebranto,
De
los hombres, tú eres su abogada.
Simeón,
en el templo, te avisaba;
A
Egipto huiste, adiós espanto;
Buscando
al Niño hasta el Templo Santo.
Mirarlo,
con la cruz, cuando marchaba.
Cuánta
Sangre en la Cruz, tu alma rota;
Descendido
en tu regazo, todo amores.
Sepulcro
que muestra Soledad Ignota.
Todo
pena, todo llanto, sin loores.
Tristeza
que, en amor, tú pecho explota.
Tú
eres, de Pedrera, sus Dolores.
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