Publicado en la web ElCostal.org
Ocurre justo en agosto. En esa
precisa mañana de Sevilla en la que el olor a nardos prevalece sobre todo. En
ese momento en que no se sabe si aún es noche, madrugada o preludio de un amanecer
que está por llegar. Al dirigirme al encuentro de quien no necesita más nombre
que La Virgen, me encontré con un buen amigo y hermano con quien compartí
camino hacia la Patriarcal. Amén de preguntarnos por la vida y nuestras
familias, no pudimos disimular el gozo sentido al disponernos a acompañar en su
tránsito por las gradas a quien es la devoción más íntima de la ciudad,
heredada directamente de nuestras madres, tías y abuelas, convinimos que uno de
los grandes valores que tiene la salida de la Virgen de los Reyes es
precisamente lo efímero de la misma, tan solo una vuelta en torno a su casa que
en poco más de una hora nos devuelve a ese anhelo e ilusión por volver a
sentirla cerca un año más, colmándola de salves y avemarías en la satisfacción
de haber cumplido ese rito familiar que nos une en el recuerdo de nuestros
mayores. Es justamente la brevedad de esta procesión de La Virgen lo que le
confiere su auténtico valor. Y viene todo este preámbulo a que precisamente es
ésta fugacidad la que pone el valor añadido en las cosas y las hace mucho más
preciadas, justamente lo que nos ocurre con nuestras hermandades y cofradías y
la semana santa.
Porque el día santo de la estación
penitencial es precisamente eso: un día. Más allá del tiempo que dura la
procesión lo solemos prolongar con ese preludio de la visita matutina a los
templos donde comprobamos que todo está dispuesto, abrazamos a nuestros
hermanos y damos gracias a nuestro titulares por permitirnos acompañarles un
año más, y les pedimos por los nuestros y por todos. Por más que queramos
exprimirlo, es justamente un solo día, no hay más. Es ese regusto que nos queda
en el paladar recordando todo lo vivido en esas horas lo que nos hace mantener
el recuerdo de ese gozo experimentado y que lo revivimos en esta tertulia
fraterna con nuestros hermanos rememorando los pormenores de la salida y viendo
las magnifica imágenes en videos y fotografías que se nos regalan a través de
las RRSS y medios de comunicación.
Esta fugacidad responde entre otras
cuestiones a la diferente percepción del tiempo que tienen los niños frente a
los adultos: de niño nos parece que el tiempo transcurre de una manera muy lenta y pausada mientras que
de adulto vuela. Esto es porque el niño está aprendiendo, no conoce las cosas y
al vivirlas por vez primera tiene que fijarse tanto en todos los detalles que
hace tener esta percepción lenta del tiempo transcurrido. Es como ver una
película por primera vez, o cuando por
gustarnos mucho la vemos una y otra vez sabiéndonos hasta los diálogos. Por eso
es tan importante que vivamos en plenitud la fiesta para ser capaz de retener
esa sensación de nuevo descubrimiento cuyo recuerdo perdure de tal forma que
mantenga intacta la ilusión del niño que vive en nuestro interior y así
transformaremos lo que es un suspiro e algo que perdure eternamente en nuestra
memoria.
Y justo, en esta
fugacidad, está éste mes. Autentico mes de La Virgen que, como apuntábamos antes, en Sevilla no hay
que decir su advocación para saber a cual nos referimos. Y entre besamanos,
novena y octava da contenido a todo el mes de la Asunción y que también es
Dormición y Tránsito en esa mágica mañana del 15 de agosto. Pero también es Ángeles,
Francisco y Porciúncula. Virgen Blanca y de las Nieves, Virgen de África.
Refugio de los pecadores, Caridad, Oliva, Huertas… Pentecostés renovado, Rocío
Chico en la Aldea y cada siete años en Almonte. Realeza de María, Fuente de
nuestra Salud… ¿cabe más devoción a la Virgen en un solo mes?
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