sábado, 27 de septiembre de 2014

Las dos cruces del Dulcísimo Nazareno


En la Primitiva de los Nazarenos de Sevilla celebramos en estos días el Triduo a la Santa Cruz, al que siempre hacemos coincidir en fecha lo más cercana posible al 29 de Septiembre, festividad del Arcángel San Miguel, que es cuando la hermandad hizo el solemne voto de la defensa de la creencia de que María , la Madre de Dios, fue preservada de toda mancha de pecado desde el primer instante de su purísimo ser, hasta derramar la sangre si fuese menester y del que el año próximo se cumple el IV centenario. Este voto es renovado anualmente el último día de dicho culto en que la hermandad celebra una función solemne a la Santa Cruz de Jerusalén (título que fue el santo y seña de la corporación en los siglos pasados) y de esta manera celebrar la Fiesta Principal de nuestro Instituto.


Para este culto la priostía de la Hermandad ha preparado un vistosísimo altar donde están entronizados el Dulcísimo Nazareno abrazando su cruz, la Virgen de la Concepción con San Juan, su inseparable acompañante, y todo ello presidido por la Santa Cruz de Jerusalén, representada en la cruz de carey y plata que cada madrugada abraza el Señor. Dicho montaje no es nuevo en su concepción, ni tampoco es exclusivo de este culto, pues años atrás se ha montado con la Cruz el Señor y la Virgen, con la cruz y la Inmaculada Concepción del Alma Mía acompañada de las tablas de los nazarenos que posee la hermandad rememorando dicho voto concepcionista, o simplemente con la Santa Cruz. Aunque nos centraremos en el montaje de este año.


Foto: Alvaro Dávila-Armero
Quien me conoce sabe que soy extremadamente clásico en mis preferencias, lo que hoy gustan de denominar “rancio”, y siempre me ha chocado este montaje en el que figuran dos cruces en el altar: la que preside y la que abraza el Señor. Porque ¿acaso hay una más importante que la otra? ¿Cuál de los dos sería la verdadera? Pues bien, la respuesta la halle anoche conversando con mi amigo y hermano Álvaro: “es que está la cruz de nuestros pecados que lleva el Señor y la cruz triunfante que es el signo de la redención”. A mí, que siempre me ha gustado sacar el significado y el porqué de las cosas, me acababan de dar con mi propia medicina.


Porque efectivamente el Señor hizo que el infame instrumento de tortura reservado a los más bajos criminales de su época que El mismo tuvo que padecer con su sangre bendita derramada por sus cinco llagas y que son las cinco cruces de nuestro escudo, se tornase en signo de redención y seña de todos los que nos unimos para celebrarle a Él.


Así se nos muestra el rey David; el nuevo Salomón, en quien se cumplieron todas las escrituras, el Varón de Dolores que cantaba Isaías: caminando hacia el Gólgota con la mansedumbre del cordero llevado al sacrificio, pero con la gallardía y la entereza de quien no va a aparecer derrotado, sino más fuerte aún en su tremendo castigo; mostrando orgulloso todo su poder que descansa sobre su hombro. Jesús Nazareno, porque verdaderamente cargaste sobre ti con todos nuestros dolores, enfermedades y pecados en la Cruz, en esa tosca cruz de madera antigua de tu camarín.


Y tras de El la Cruz triunfante: carey y plata; una cruz desnuda como son las cruces que abren nuestros cortejos penitenciales que son un anuncio de la Pascua cristiana. Es una cruz gloriosa, como la columna de fuego del éxodo. Una Cruz sin Cristo, es signo del triunfo de Jesús sobre la muerte, bandera de su resurrección. La auténtica alegría de los cristianos.


Foto: José Manuel Moran @JMMoran94
Mañana, cuando al ofertorio de la celebración eucarística pasemos a renovar nuestro voto Concepcionista no solo tengamos presente a tantos primitivos nazarenos que nos precedieron y de los que somos herederos y continuadores de su legado, sino que miremos al altar y descubramos en el todo el compendio de nuestra Fe, solo así tendrá pleno sentido nuestra protestación:  "Así lo creo, así lo prometo, así lo espero".

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