En el día de las madres quiero dejar mi felicitación con el inicio de mi pregon de la Smana Santa de Pedrera.
Amanece. El sol poco a poco va
despejando la oscuridad de la noche y
abre paso al nuevo día donde la espera va a llegar a su fin. Hoy todas
las ilusiones y anhelos se van a hacer realidad. Nuestro pequeño cofrade, aun
en la cama, ve por sus ojos entreabiertos como se va haciendo la luz y va
entrando esos primeros rayos del sol por la ventana de su cuarto. Hoy es el
gran día: y va a vestir por primera vez el hábito nazareno de su hermandad, va
a acompañar a su Cristo y su Virgen con un cirio, como los mayores con el
antifaz tapando el rostro.
Atrás los años de monaguillo, esos años
infantiles donde poco a poco fue aprendiendo de sus mayores el amor a Cristo y
su Madre, a tenerlos bien presente en cada cosa que se hace, a rezarles por la
noche dando gracias por el día vivido y por la mañana al despertarse porque un
nuevo día se viene y necesitamos que El nos guarde. Impaciencia, vueltas en la
cama, media noche en vela porque los nervios no hay quien los aguante. Sobre la
mesita de noche, la papeleta de sitio y la medalla de la hermandad.
En el salón colgadas las túnicas esperando ser vestidas
por los habitantes de su casa: su padre, también de nazareno, y su hermana
pequeña que aún vestirá de monaguillo la misma sotana que uso años antes. Antifaces,
cíngulos, espartos, roquete y esclavina
también esperan el momento de ser vestidos. Ya es hora, a levantarse, desayunar
con la familia, ultimando esos detalles que siempre para última hora nos
dejamos los cofrades, calcetines, sandalias, zapatos y escudos.
A cada rato que pasa va de nuevo a
contemplar la túnica que con tanto afán
y cariño le hiciera su abuela, su tía o su madre; madres que se sacrifican para
que no falte ni un detalle y que con amor y esmero le roban tiempo a la noche, y
en vez de dormir trabajan para que todo esté a punto, para que nada ese día
falte: costura, plancha, el escudo en el antifaz y en la capa en esa medida
única que solo nuestras madres saben a la primera aunque nunca lo hayan puesto
antes.
Madres a quien todo debemos, sin las que
no seriamos nadie y por muchos besos que les demos nunca serán los bastantes
para recompensarles por sus desvelos, por todo lo que nos hacen, lo primero
darnos la vida, cuidarnos en todos los males, ser nuestros guías en la vida y
enseñarnos tantas cosas, esas que cuando eres niño no sabes valorarle y que
cuando eres mayor dices “qué razón tiene mi madre”, nos enseñan a querer a
Jesús y a María, del “Jesusito de mi vida” o el “Cuatro esquinitas…” al
acostarnos, y el “Bendito y Alabado” o “Bendita sea tu pureza”, después de
bañarte y ponerte la muda limpia: que no hay mejor forma de vestirse que dando
gracias a la que es Madre del Salvador del mundo, y nadie como tu madre para
enseñar a querer a otra Madre, que desde el cielo nos cuida, nos vela y nos
ampara como nadie.
Por eso yo desde aquí quiero dar un beso a mi madre
y con él, también, a todas las madres que con amor y con su entrega, con su
trabajo y su arte, con total abnegación y sin esperar que se lo pagues, ellas
son sin duda alguna las que nos hacen cofrades.
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