Publicado en el Anuario de la Hdad de Ntro Padre Jesús Cautivo y Rescatado de San Pablo Cuaresma 2016
La vida se nos antoja a
menudo caprichosa. Un girar continuo que la mayoría de las veces nos hace
llegar a puntos que serían completamente insospechados muchos años antes.
Cuantas veces de niño hemos dicho y
redicho hasta la saciedad, “quiero ser médico” y al cabo de los años nuestro
futuro se ha desarrollado en otra profesión diametralmente opuesta a la soñada,
pero que en definitiva dicho nuevo camino ha supuesto nuestra realización como
profesionales y como personas.
Este singular devenir hizo
que ese niño que soñó con batas blancas y un fonendo colgado al cuello y criado
a caballo entre la plaza del Museo de la antigua Casa Grande de la Merced que vio
por primera vez la hechura del Señor de Pasión y del “Omnes setientes venite ad acquas” y de esa
Encarnación antigua sin “setas”, de Silencio y Amarguras y de los donantes de
flores de la más universal Esperanza, viniese a residir a éste que, siendo uno
de los barrios nuevos de la ciudad, atesora entre sus vecinos enraizadas
esencias de la más pura y antigua tradición popular sevillana.
Y he aquí, que azares de la
vida, un nuevo giro ha hecho que sea mi parroquia la de San Ignacio de Loyola
cuya capilla sacramental me gusta visitar a esas deshoras que en los
centenarios templos del centro de la urbe se puede disfrutar de un rato de
oración a solas con el Santísimo y que en esta capilla es difícil hacer en esa
soledad mencionada que solo es comparable a la del nazareno que dentro de su
túnica y antifaz mantiene ese mudo dialogo con Jesús mientras medita sobre su
Pasión y hace examen de conciencia de su vida actual. Pero la capilla
sacramental de San Ignacio de Loyola nunca está sola. Siempre hay algún vecino
rezando en ella, acompañando al Señor. Porque una leyenda junto al sagrario nos
recuerda permanentemente que “Dios está aquí.”
Real y verdaderamente
presente en la Eucaristía que cada día se celebra en la intimidad de dicha capilla
y en la renovamos el misterio pascual de Cristo, su muerte y resurrección
mientras se hace presente entre nosotros al recordar su palabras en la Ultima
Cena en la que nos dejó el más preciado de los regalos, su presencia cierta en
las especies sacramentales, pan y vino, signo de la nueva alianza con Dios que
actualizamos en cada celebración, que nos santifica, nos purifica y nos une a
todos en la maravillosa comunión con Dios. Según nos recordaba recientemente
SS el Papa Francisco en el congreso eucarístico en la India, la Eucaristía no
es una recompensa para los buenos, sino también la fortaleza para los débiles y
pecadores, porque es el sustento que nos ayuda en nuestro camino.
“Dios está aquí, venid
adoradores: adoremos a Cristo redentor” nos dice la letra que Fray Restituto
del Valle hizo para el himno del Congreso Eucarístico de Madrid de 1911 y que
nos recuerda las palabras de Jesús en el desierto “Solo al Señor, tu Dios
adorarás y solo a El darás culto” (Mt.4, 10). San Agustín decía que “nadie coma
de este cuerpo si primero no lo adoramos” y SS Pio XII añade en la Mediator Dei
que “no solo no pecamos adorándolo, sino que pecamos si no lo adoramos”. Así
pues en la propia celebración de la Eucaristía ya adoramos el Santísimo,
tributándole al Señor el culto de latría que le debemos.
Pero esta adoración no solo
es en la misa, sino que la necesidad de tener una reserva del Cuerpo del Señor
para poder administrar el viático, nos otorga su presencia permanente en el
sagrario en donde no solo podemos rezarle, acompañarle y adorarle, sino que nos
supone una prolongación de las gracias de la celebración de la Eucaristía. Ya
desde el siglo XIII, antes incluso que la festividad del Corpus Christi, se
tiene noticia de las primeras hermandades sacramentales, de gran importancia en
el mundo pues aseguran la adoración eucarística, el acompañamiento del
Santísimo cuando es llevado a los enfermos o en procesión, cuidando los altares
y capillas sacramentales, y como no, siendo escuelas de vida espiritual para los
laicos. Importantísima tarea la de las hermandades sacramentales…
Dios está aquí, y su
presencia se siente en el ambiente que se respira en esta capilla sacramental,
pues como antes mencionaba es prácticamente imposible encontrarla en soledad.
Siempre hay algún, feligrés, algún devoto, algún vecino de San Pablo visitando
a Jesús Sacramentado. Esta asistencia de fieles aunque cada uno vayamos por
nuestra cuenta pero con un mismo fin, pone en primer lugar de manifiesto el
carácter comunitario de todas las acciones de la Iglesia, y por tanto se
cumplen las palabras del evangelio de San Mateo “Donde dos o tres están
reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de Ellos”. (Mt 18,20)
Foto: www.pasionenladistancia.blogspot.com.es |
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