Publicado en la web ElCostal.org
El
tiempo. Nuestro amigo común. Inseparable compañero de viaje. El que marca el
ritmo de nuestras vidas y nos permite ordenar los acontecimientos que nos han
sucedido, los que vivimos y los que vendrán. El que cíclicamente nos permite
revivir las estaciones del año con sus diferentes temperaturas, colores,
climatologías, luces… El que marca el momento de una nueva semana santa, año
tras año, siempre igual y a la vez siempre diferente. Porque el tiempo combina
en sí esa cualidad circular de organización estacional, y a la vez es esa
línea, siempre en movimiento que, como las aguas de un río, no podemos beber
dos veces. El tiempo marca nuestra vida en un constante cumplir años que, con
la experiencia que nos hace acumular, hace que nunca vivamos un mismo momento
de igual forma aunque se repita año tras año.
Por
eso nuestras semanas santas nunca son iguales. Nuestras sensaciones al salir de
nazareno siempre encierran algo nuevo. Porque, aunque cada año veamos al Gran
Poder salir en San Lorenzo, la emoción que nos produce contemplar el paso firme
y decidido del Hijo del Hombre tiene algo especial, como especiales y
diferentes son nuestras vivencias a lo largo de cada año. Porque al contemplar
cada 15 de agosto la salida de la Virgen, no puedo evitar dirigir la mirada
hacia ese punto justo frente a la puerta de los palos para comprobar, una vez más,
que mi tía María ya no está ahí, sino junto a Ella en el balcón del cielo, y
así le sucede a cada uno con sus seres queridos, en ese punto concreto de la
geografía de la ciudad en que guardamos en el corazón.
Por
tanto el tiempo es inflexible, intolerante, obstinado, implacable, riguroso,
intransigente… quasi dictatorial… ¿o sin el quasi?
Aunque
el domingo pasado hubo un momento en que todo lo anterior quedó en evidencia, y
el temible dictador invencible cayó en derrota ante la magna presencia de la
Virgen de la Victoria en su Rosario hacia la Catedral, triunfal previa de su
coronación canónica. No es mi intención hacer una nueva crónica del mismo, son
muchos ya quienes han cantado las excelencias de este culto que tuvimos la
fortuna de vivir, pero si quisiera reflexionar ante las emociones sentidas ante
la Reina de las Cigarreras.
Para
quienes fuimos afortunados de contemplar el traslado de la Virgen hacia la
Catedral el año 2013, con motivo del 450 aniversario fundacional de la Hdad, ya
nos pareció un sueño irrepetible verla atravesar los jardines de “Cristina” en
la aún noche de aquel glorioso sábado de octubre y su tránsito por las calles
San Gregorio, Miguel de Mañara, Triunfo y Plaza Virgen de los Reyes
amaneciendo, por lo que revivir estos únicos momentos en la mañana del pasado
domingo no tuvo nombre. Podría parecer un déjà vu, pero en realidad fue una cápsula
del tiempo que, hizo un paréntesis en el continuo lineal, para retrotraernos a
un momento único que presumíamos irrepetible. No cabría hablar de solo un
traslado porque fue un auténtico acto de culto el rosario que rezamos, por
activa y por pasiva, los que asistimos al mismo, porque el recogimiento de
todos los asistentes, buena dirección del rezo y el marco musical tanto del
Coro de la Hdad de Jesús Despojado, como los interludios musicales por los
músicos de la banda de la Hdad. que pusieron la nota sonora al momento
(singular binomio Cigarreras y Música) con fragmentos de las marchas
procesionales habituales en el repertorio de la Hermandad, no es que invitaran
a rezar, sino que cuando te dabas cuenta estábamos rezando las avemarías… En
definitiva la Virgen y nosotros.
Esto
mismo nos ocurre cada año ante la presencia majestuosa de la Virgen de la
Victoria el Jueves Santo cuando, en su palio de cajón monumento nacional, se
nos presenta en la calles de nuestra ciudad. Porque en su presencia, y en ese
saber hacer de su Hermandad fruto de siglos de historia, la mirada se abstrae
de todo cuanto hay en derredor, para centrarse solo en la que, con nombre de
reina (de España), y bajo el palio que es buque insignia del estilo arquitectónico
propio de la ciudad, une en sí la más pura esencia popular y de abolengo de la
ciudad: sus antiguas cigarreras y el cariño del pueblo, un rey presidiendo su
paso, el ayer hoy y mañana de la música procesional, y el más íntimo
sentimiento de la urbe manifestado tanto por los antiguos vecinos de siglos
pasados hasta el que le tributan los actuales residentes del barrio de Los
Remedios y todo aquel que, como quien suscribe, profesa especial devoción a la
Virgen de la Victoria.
Cuando
la Virgen de la Victoria pasa cada año por la esquina de la calle San Fernando
se produce este momento “impasse” sobre el reloj, pues al mirar el discurrir de
su Imagen por el que es punto de unión de su antaño y hogaño, como nos decía
Antonio Burgos hace unos días se nos viene a la mente la imagen de su paso rodeado
de sus cigarreras, S. M. presidiendo, los punkies del postigo y sus devotos que
vamos a rezarle y pedirle salud para poder saludarla un nuevo Jueves Santo donde,
de nuevo, volveremos a abstraernos de todo lo accesorio centrándonos solo en
Ella, reviviendo una vez más su Victoria sobre el tiempo.
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