Publicado en el Blog "El Sanedrín" de la web ElCostal.org
Muy posiblemente suene a tópico decir lo que anticipa el título de esta humilde reflexión, que hemos de tener ojos de niño para disfrutar y vivir nuestra semana mayor. Puede que hasta estemos cansados de oír que hemos de ser los niños que juegan en la rampa del Salvador y que todos una vez fuimos. Ese asombro que vemos en sus caras al ver por primera vez el discurrir de una cofradía con su majestuosidad, con sus nazarenos repartiendo sus caramelos que son la alegría de la fiesta transmitida a esos pequeños que el día de mañana tomarán las riendas de las corporaciones.
Viene esto a
colación porque al salir hoy a la calle estaba una madre con su hijo de muy
corta edad de pie en el balcón asomado a la vía pública y descubriendo el mundo
y haciendo con sus grititos que los peatones nos volviésemos a verle, y al
observar su cara de inmensa alegría ante tamaña hazaña vino a mi recuerdo el
traslado matutino de la Virgen de la Amargura a la Patriarcal Hispalense para celebrar
allí el cincuentenario de su coronación canónica. Al pasar la Virgen por la
calle Cuna recuerdo que se abrió un balcón de una primera planta, justo a la
altura del paso, y salieron unos niños pequeños recién levantados (aún en
pijama) que no podían ocultar el asombro en sus caras al ver pasar a la
Amargura. Recuerdo que pensé: ¡¡Dios mío, como me gustaría levantarme
así!! También recuerdo en aquel traslado
el evocarme a mí mismo veinticinco años antes cuando en ese mismo recorrido y
con muchísima menos gente pude disfrutar de la que el Todopoderoso ha llenado
en exceso de Amargura, y con la imagen aún nítida en mi mente de cómo se
cerraban las rejas de la puerta de la Sacristía Mayor de la Catedral donde
quedó depositado el paso en aquella ocasión.
En el mundo
adulto estamos demasiado acostumbrados a mecanizarlo todo, a convertir todas
las cosas más extraordinarias en una rutina más, a haber perdido la capacidad
de sorprendernos ante las cosas aquellos que vivimos la expo del 92, por eso la
cara de este niño que he visto hoy, la de los niños que vieron pasar a la
Amargura, los que juegan en la rampa del Salvador, y la de los que reciben ese
caramelo, estampita, medallita o las gotas de cera de cualquier nazareno
anónimo, me hacen pensar que, a pesar de todos los años que pasen, de todo lo
que hayamos podido vivir, de toda nuestra experiencia acumulada, hemos de
hacerlo con la inocencia de esos niños, y seguir viviendo año a año nuestra
Semana Santa con la alegría y el gozo de quien ve algo por primera vez. Y no es
baladí, pues cada año volvemos a buscar ese mismo rincón de la niñez donde
vimos a la cofradía por primera vez de la mano de nuestro padre; y cada vez que
vestimos la túnica recordamos como nuestra madre nos vistió de nazareno en
aquella primera estación de penitencia. Por eso hagámonos niños, con mirada limpia
y pureza en el corazón, volvamos a descubrir el mundo cada día como si no lo
hubiésemos visto antes, disfrutemos de cada momento como quien es la primera
vez que sale a jugar a la calle, porque solo entonces saldremos de la rutina y
el tiempo volverá a detenerse y a pasar igual de lento como cuando éramos
niños, y porque nos lo dijo el propio Jesús: “de los que son como ellos es el
Reino de los Cielos” (Mc 10,14)
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