Publicado en la web ElCostal.org
Hemos comenzado el nuevo año litúrgico estrenando el adviento, el tiempo de la espera gozosa de la venida del Niño Jesús el día de Navidad. Es costumbre en estos días, la tradición de la Corona de Adviento consistente en un anillo o corona de ramas de árbol perenne con cuatro velas que se van encendiendo cada uno de los cuatro domingos que componen este periodo y que nos ayuda a contar el tiempo que queda hasta el nacimiento del Niño de Dios. El encendido de cada vela suele hacerse en la misa parroquial o en los hogares en un momento de oración que nos ayuda a prepararnos para la Navidad y nos recuerda que Jesús es la “luz del mundo”.
Pero en nuestra Muy Mariana ciudad
de Sevilla el adviento toma un “color especial” pues nuestro desmedido amor a
la Madre del Salvador nos hace que casi sin darnos cuenta terminemos viendo las
fiestas del “Hijo” a través de los ojos de su “Madre”, y los colores de las
velas no son moradas color propio del adviento sino que van del azul purísima
al verde Esperanza.
La primera de las velas es en honor
de La Llena de Gracia: aquella a quien por un privilegio especial, Dios la
llenó tanto de su bendición que no quedó sitio en Ella para el pecado, así cada
8 de Diciembre celebramos a la que fue Concebida Sin Pecado Original, y la
ciudad entera se llena de besamanos y los días previos de novenas, triduos y
vigilias en su honor.
La segunda vela es para aquella cuya
“casa” fue llevada por los ángeles hasta el sitio de los “laureles” para
salvaguardarla de las invasiones sufridas en aquel tiempo en tierra santa. En
su nueva ubicación y tas aparecerse la Virgen a los lugareños creció
sobremanera su devoción y en el Santuario, que se hizo en el lugar donde hoy se
guarda su casa, es lugar extraordinario de peregrinación. Precisamente, por
haber llevado su casa ángeles en vuelo, a la Virgen de Loreto se le considera
patrona de los aviadores y del Ejercito
del Aire, y la Hermandad de San Isidoro nos la recuerda siempre en su “casa de
oro”.
La tercera vela es para la que une
la devoción de la Virgen en el antiguo y el nuevo mundo; la que une Extremadura
con México; la que también sabe de humildad, sufrimiento, penalidades y
sacrificios, la que une San Bartolomé con el Arenal, la Virgen niña que se
llama Guadalupe.
Y la cuarta y última vela es justo
lo que nunca debemos perder: La Esperanza, esa virtud que nos hace desear a
Dios como bien supremo. La bendita espera del Salvador, expectación al parto,
la que desde Pureza a Recaredo, de la Trinidad a San Martín, desde Castilla al
Arco nos hace creer en Cristo que es Dios omnipotente y bondadoso.
Con estos cuatro puntos
de apoyo, ¿hay algo que pueda faltar?
Evidentemente poco, o nada. Esta es nuestra forma particular de celebrar
el adviento y preparar la navidad, porque tengamos una cosa siempre presente:
que no hay mejor forma de ganar el cariño del Hijo que amando mucho a la Madre.
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