Publicado en la web ElCostal.org
Mateo nos
cuenta en su Evangelio como antes de subir al cielo, Jesús nos hace la gran
promesa que siempre estará con nosotros “hasta el final de éste mundo” y
cumpliendo esa promesa nos envía el Espíritu Santo que es la forma como
se nos manifiesta Dios desde la resurrección de Jesús, pues así como en al
Antiguo Testamento es el Padre quien se manifiesta a Abraham, Noé, Moisés, los
profetas, y el propio Jesús Hijo del Padre quien acampa entre nosotros en el
tiempo del Nuevo Testamento, a partir de Pentecostés no da su Espíritu para que
siempre le sintamos cerca de nosotros.
Aquí tenemos
nuestra particular manera de sentir la presencia de Jesús a través de las Imágenes
que le representan y a las que rendimos culto en nuestras hermandades, que
aunque sabemos que solo son una mera representación vemos en ellas al Hijo del
Padre y es justo, a través de ellas por donde canalizamos nuestro amor hacia Él.
Pero de entre todas hay una con túnica por la que especialmente el pueblo
siente cercana la presencia de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, entre
nosotros y cada viernes acude a visitarle depositando todos sus anhelos,
ilusiones, peticiones y gracias a través de un beso en su talón.
Pero, fiel
al espíritu que nos caracteriza en nuestra bendita tierra, tenemos la habilidad
de darle la vuelta a todas las celebraciones del Señor convirtiéndolas en
celebraciones de la Madre, y como no podía ser de otra manera la celebración de
Pentecostés, donde conmemoramos la venida del Espíritu Santo que recibimos como
ese Rocío venido del cielo y que personalizamos en la Virgen María, la Reina de
las Marismas, que en su ermita almonteña nos espera todo el morada año a que
vayamos a decirle simplemente que le queremos sin poder contener las lágrimas
que, de gozo, salen del alma ante su mirada.
Y sí,
lloramos ante su mirada, porque no es solo el sentimiento que nos produce
estar ante la imagen de la Madre de Jesús, sino que en ella sentimos
indisolublemente unida la presencia de Dios mismo en su Santo Espíritu y por
ello cada año en la fiesta final de la Pascua peregrinamos hasta su ermita - la
Jerusalén de las marismas - junto a nuestros hermanos acompañando al Simpecado
de nuestra hermandad a través de olivos, pinos, arenas, ríos… maravillas de
Dios en nuestra Andalucía, y bajo ese cielo azul purísima del mes de mayo que
una vez más proclama que fuiste concebida sin pecado original.. ¡Qué bien hizo Dios el camino que nos lleva
hasta la ermita!, y celebrar en tu nombre la eterna presencia de Dios entre
los hombres.
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