Publicado en la web ElCostal.org
Si de una
fiesta podemos decir que es propiamente de la ciudad sería la del Corpus
Christi, pues teniendo en cuenta que se celebra en un día que es laborable para
el resto de localidades, para Sevilla es parte de su santo y seña y moviliza a
toda la urbe. A pesar que la celebración de hoy no es ni la sombra de lo que
fue y movió a nivel popular en tiempos pasados, la sola idea de esa tarea
colectiva donde todos somos parte y espectadores, hace que año tras año se
trate de recuperar ese carácter de fiesta global de la ciudad en la que todos
participamos de ella desde sus primeras vísperas.
La fiesta
del Corpus tiene su origen en respuesta a los que ponían en duda la presencia
de Cristo en los Santos Sacramentos, siendo sor Juliana de Mont Cornillon quien,
tras una visión del mundo sin la Eucaristía, solicitará a su obispo su
celebración, que será por vez primera en Lieja en 1246, propagándose progresivamente dicha
festividad. Tras el milagro de Pedro de Praga en 1263, en el que, según la tradición,
brotó sangre al partir la Sagrada Forma, el papa Urbano IV instituye en 1264 la
solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. SS Juan
XXII introduce en 1316 la celebración de la Octava con exposición del Santísimo
Sacramento y en 1447 el papa Nicolás V sale en procesión por las calles de Roma
con el Santísimo. En Sevilla se celebra la fiesta del Corpus desde 1400,
teniendo la procesión como elemento único y central en sus primero años el
Cuerpo de Cristo portado en un arca sobre ruedas. Desde 1532 la procesión sigue
el recorrido que más menos perdura hasta nuestros días, cubriéndose ya con
alfombras de juncia y romero.
Muy
importante en esta fiesta es la participación masiva de los sevillanos tanto en
sus vísperas, como en la magna procesión, y en ésta última siempre con la
diatriba si el cortejo es excesivo en el número de integrantes o no, opiniones
para gustos, y por mí parte me invita a la reflexión.
¿Salimos a
que nos vean o nos ven porque salimos? Evidentemente y desde Trento
salimos a que nos vean, pues precisamente desde este concilio -ya se ha
repetido muchas veces- se animó a las procesiones con las imágenes del señor
para catequizar al pueblo, es por tanto que uno de los grandes valores de
nuestras procesiones es precisamente la contemplación de las mismas por el
pueblo. Nuestra participación en las estaciones penitenciales supone una
doble connotación, por una parte es un acto de hermandad en el que participamos
en conjunto con los demás hermanos dando un testimonio comunitario y presencial
de nuestra condición de cristianos, y por otra parte es un acto individual pues
desde el anonimato del nazareno cada uno va inmerso en su propia meditación
interior y en intimo dialogo con Jesús bajo el antifaz que guarda no solo la
identidad sino también la penitencia de cada uno, pues como dijo Jesús “cuando
ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por
los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto”.
A diferencia
de la estación de penitencia, en el corpus salimos a cara descubierta, dando
público testimonio del culto que le tributamos al Santísimo Sacramento a quien
acompañamos en la procesión en unión de toda la iglesia diocesana. Pero, no
solo damos testimonio quienes salimos, pues todo el público que asiste a la
procesión, aunque sea mero espectador, también está dando culto a la
eucaristía. Habrá quien diga que se va solo a saludar, allá cada uno con
su conciencia. Pero el solo hecho de participar, bien en la procesión, bien
como espectador, constituye de por sí una alabanza a Jesús Sacramentado. Participemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario