Cuando hablamos “en
cofradías” y decimos evocación, prácticamente a todos se nos va la memoria a la
magnífica marcha de cornetas y tambores que el genial Alberto Escámez compuso
para los bomberos de Málaga y que para los de mi generación supone una de las
muestras del más puro clasicismo del género, popularizado en Sevilla por la
antigua Policía Armada. Evocación, en su primera definición del diccionario, es el recuerdo o memoria que
tenemos de algo y esto es justo lo que hace la marcha antes mencionada, al
igual que toda la música, utilizar el lenguaje del sentimiento para
retrotraernos a esos momentos vividos que por su especial significación han
marcado nuestra alma y nuestro corazón
Hay veces que el
hecho de no poder estar presente en una fiesta o celebración de las que
realizamos anualmente sea por trabajo, viaje, alguna otra circunstancia de
causa mayor que no nos permita participar en la misma, hace que nuestra mente
evoque dicha fiesta y, desde el recuerdo de las vividas en los años anteriores,
podamos rememorarla en el sentimiento como si estuviésemos presentes. Esto nos
sucede, bien con los cultos anuales de nuestra hermandad: quinario y función
Principal de instituto, estación de penitencia o salida procesional en la
glorias; bien con cualquier celebración familiar, como ejemplo la nochebuena,
si algún año no podemos celebrarla en familia por cuestiones de trabajo.
Especialmente significativa
es esta mañana de agosto en la que el olor a nardos prevalece sobre todo, fiesta
de la Asunción de la Virgen que en Sevilla no tiene más advocación que la de
saber que por Ella reinan los reyes. Fiesta cuya celebración se inicia no
sabemos si muy temprano el día 15 o muy tarde el 14, porque para ser puntuales
a nuestra cita nos ponemos en movimiento siendo aún madrugada, incluso la tarde
noche anterior. Una madrugada tan especial en la que nos sorprende el alba al
mismo pie de la Giralda, Turris Fortissima de
los Proverbios, en espera de venerar a quien es más pura que el sol y es
tan Llena de Gracia que no conoció el pecado, y que antes que Roma, Sevilla
proclamó Inmaculada. Allí en las gradas, mudo escenario de tantas íntimas
devociones calladas, recuerdo de nuestros mayores que no podían perder el sitio
frente a la puerta de los palos para la salida de la Señora, y de tantas nuevas
generaciones que pasan la noche en vela peregrinando desde las localidades
cercanas para rezarle la salve cuando pase ante ellos, cumplimos año a año este
rito aprendido y heredado directamente de nuestras madres y abuelas, auténticas
y principales transmisoras de su devoción.
Justo esto,
evocación, es lo que nos ocurre cada mes de agosto que no podemos acudir a
nuestra cita con la Virgen. Aunque físicamente estemos ausentes por trabajo,
viajes, enfermedad, asuntos familiares, o cualquier causa mayor que nos impida
cumplir este anual encuentro, es el alma y la mente quien nos transporta, en
ese íntimo y oculto recuerdo interior, a revivir ese momento único de piedad en
que nos encontramos cara a cara con quien es uno de los principales exponentes de
la religiosidad y fervor mariano de la ciudad, cumpliendo así, de pensamiento,
nuestro compromiso. Por esto,
Agosto, es “evocación”
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