Hemos comentado
muchas veces que en los muchos siglos de historia de las hermandades, éstas han
ido evolucionando en sus formas atendiendo a los cambios de orden político,
social y religioso, que han conformado la imagen que actualmente tienen
nuestras cofradías. En cuanto a estos cambios religiosos vamos a prestar
atención a aquellos que vinieron por el Concilio Vaticano II que supusieron
para la liturgia, como cumbre a la que tiende toda la
acción de la Iglesia, un antes y un después en la forma de celebrar los
diferentes sacramentos y sobre todo la eucaristía. Estos cambios introducidos,
aparte de algunas modificaciones en la estructura de los diferentes ritos que
conforman la celebración, fueron la introducción de la lengua vernácula, que
supuso un acercamiento de la liturgia a los fieles quienes desde este momento
podían seguir la Santa Misa con mucha más facilidad, a la vez que se potenciaba
su activa participación en la misma. También la reducción del tiempo de ayuno
previo a la comunión, pasando de ser desde las 12 de la noche del día anterior
a solo una hora previa, cuya consecuencia inmediata fue la posibilidad de
celebrar la eucaristía por las tardes y, por tanto, la inclusión de ésta
celebración en el diario de los cultos de las cofradías.
Los cultos antes del Vaticano II, al no poder celebrarse la eucaristía,
giraban en torno a la adoración a S.D.M. en exposición mayor, esto es en el
ostensorio. Una vez expuesto, tras el canto del pange lingua, se rezaba el
santo rosario, con los misterios del día correspondiente, tras el cual la
capilla musical interpretaba algún canto. A continuación se rezaban las
oraciones propias del ejercicio del triduo, quinario, septenario o novena que
se celebrase a cuyo término se cantaba el Christus Factus Est, o algún otro motete dedicado
al Señor, o a la Stma Virgen, dependiendo a quien estuviese dedicado el culto,
tras el cual el predicador, revestido de sotana y roquete y acompañado de dos
hermanos de la hermandad, acudía al pulpito desde donde realizaba la
predicación, centro del culto. Finalizado el sermón y mientras el sacerdote se
revestía con los ornamentos propios para hacer la Bendición Solemne y Reserva
del Santísimo, la capilla interpretaba la copla de culto de la hermandad. Con
dicha Bendición y Reserva finalizaba el culto diario, salvo el último día en
que se realizaba la procesión claustral con el Santísimo por las naves del
templo. El domingo, una vez finalizado los días correspondientes al culto,
tenía lugar la Función Principal de Instituto.
Tras el Concilio, la gran mayoría de los cultos han pasado a
realizarse con la celebración de la eucaristía, pero se viene conservando antes
de la misma el rezo del Santo Rosario y las oraciones propias del culto que se
celebra. El último día se suele mantener la procesión claustral con S.D.M. por lo
que se hace exposición mayor tras la misa seguida de estación ante el Santísimo
y la procesión en sí, a cuyo fin tiene lugar la bendición solemne y reserva. Manteniéndose
la Función Principal al día siguiente.
Como decíamos, y hemos comprobado, los cultos han tenido las
adaptaciones correspondientes a los cambios producidos a lo largo del tiempo pero, en el siempre conservador espíritu
del cofrade actual y a pesar que la eucaristía es en sí la más completa de las
celebraciones litúrgicas en la que rememoramos y actualizamos el misterio de la
redención, mantenemos el rezo del rosario y oraciones aunque la mayoría de los
asistentes suelen llegar una vez finalizado el mismo. Teniendo en cuenta,
además, que la mayoría de los cultos suelen empezar a una hora tardía para
facilitar la asistencia de los hermanos pero teniendo como contrapartida que
los mismos terminan a altas horas de la noche que, a su vez, imposibilitan a
muchos hermanos (sobre todo a los niños y los muy mayores) a asistir a los
cultos de la hermandad. Por tanto y a tenor de lo anteriormente expuesto, a
modo de reflexión muy personal, ¿no sería conveniente estudiar un nuevo orden
de los cultos que pueda integrar en el mismo todas las oraciones propias, con
los beneficios que para el católico tiene la celebración de la eucaristía,
buscando que los mismos puedan ser más breves y que terminen a una hora prudente
que favorezca la presencia de las familias completas, incluidos mayores y más
pequeños?
Independientemente de esta pregunta al aire, repito muy
personal, aprovechemos este tiempo de cultos que se nos presenta. Asistamos,
recemos en compañía de nuestros hermanos. Celebremos los misterios pasionales
del Señor, pero sobre todo celebrémoslo resucitado siendo éste el gran misterio
que nos une a los cristianos. Vivamos los cultos en familia: con nuestras
parejas, con nuestros hijos, padres, hermanos… los que están y lo que no, pues
también los cultos es un momento de recordar y tener presente a quienes nos
precedieron. Pero sobre todo vivámoslo en hermandad.
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