En el
autoimpuesto compromiso semanal de compartir un pensamiento, una idea, una
reflexión, contigo, que tienes la deferencia de acercarte a este pequeño
rincón, son varios los temas que en un principio han centrado mi atención. Por
un lado, la cartelería para la próxima semana santa, tanto de Andalucía como de
otras localidades fuera de nuestra comunidad, con sus más luces que sombras.
Por otro, las noticias del reparto de tiempos en carrera oficial y los no
cambios el domingo de ramos y presumiblemente el resto de jornadas. Por si
fuese poco los anuncios de nuevas salidas extraordinarias que por su profusión -y
mira que me gusta una salida y soy partidario de ellas- han convertido lo
extraordinario en ordinario, con casi un programa paralelo junto al de semana
santa y las glorias… Frente a todo esto, más que debatido en los últimos días
quisiera detenerme de nuevo en una parte fundamental de nuestra semana santa
como es el tiempo en el cual nos encontramos donde las hermandades celebran sus
anuales cultos de regla.
El año cofrade,
como los demás, se subdivide en diferentes tiempos que yo los resumiría en
tres. El tiempo de Semana Santa, que abarcaría la Semana Santa en sí, y la
semana de pasión. El tiempo de altares, que sería desde Pascua, hasta fin de
año, siendo ese gran periodo en que las imágenes se encuentran sus altares
habituales en sus capillas y parroquias. Por último, el tiempo de cultos en que
nos encontramos ahora, donde desde el inicio del nuevo año en que el Gran Poder
comienza su Quinario, hasta bien entrada la Cuaresma, las diferentes
hermandades celebran sus cultos, en honra, memoria y veneración de Jesús y su
bendita Madre, así como la Función Principal de Instituto donde sus hermanos
hacen publica protestación de Fe. Si bien en la anterior entrada nos referíamos
al aspecto más formal en cuanto al orden y forma de celebrar estos cultos, hoy quisiera
verlo desde otros puntos de vista: estético y participativo.
La estética de
los cultos supone un ejercicio de imaginación y virtuosismo de las priostías,
creando suntuosos montajes que, por un lado se correspondan al estilo de la
hermandad, y por otro sean capaces de mantener dicho estilo en el tiempo.
Algunos de éstos montajes son verdaderas obras de arte, que de por sí merecen
algún tipo de reconocimiento, aunque la sola visita de los cofrades en general,
sean o no hermanos de la cofradía, para admirarlos ya supone una recompensa a
su esfuerzo, por no decir la difusión de los mismos a través de las RRSS y medios
de comunicación. Estos magníficos montajes, e incluso la magnificencia de los
pasos procesionales suponen un llamativo contraste con la simplicidad de
algunos de los altares donde reciben culto las sagradas imágenes la mayor parte
del año, pero es precisamente esa excelencia en estos montajes un medio más
para solemnizar el culto, al presentarnos a Cristo y su Madre con todo el
decoro y la majestad que a ellos se les debe.
Por tanto me reitero en la conclusión de mi anterior post,
aprovechando este tiempo de cultos que se nos presenta. Asistamos, recemos, celebremos,
vivamos y, sobre todo, hagámoslo en hermandad.
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