No necesitamos nada especial para que
una hermandad nos produzca un apego o singular cariño a sus imágenes
titulares, solo el sentimiento que la contemplación de las mismas produce en
nuestro interior las hace insustituibles
en nuestro programa personal de la semana santa.
La vida sigue,
el virus con nosotros y nosotros intentando aprender de él. Nuevas
cancelaciones y aplazamientos que nos dejan de manifiesto una y otra vez esta
primavera esfumada de 2020. En contrapartida el proceso de recuperación nos
devuelve la apertura de nuestros templos que, poco a poco y con grandes medidas
de seguridad y aforo, nos empiezan a
devolver un culto abierto al que poder sumarnos.
Justo en esta
vuelta a la celebración del sacramento en comunidad acudí a mi parroquia,
templo más cercano, donde tuve la dicha de compartir la eucaristía con mis
vecinos y previamente la exposición y bendición con el Santísimo, siempre ante
las benditas imágenes de la hermandad del barrio. Es precisamente la presencia
de las mismas la que hace volar el pensamiento y la memoria haciéndonos
reflexionar sobre el cariño y devoción que nos puedan representar estas
imágenes que, aunque no sean las de
nuestra hermandad, si nos representan una cercanía particular por cuanto
conjugan nuestro amor por Jesús y María en unión a lo que representa la
hermandad en nuestra cultura popular.

Pero tampoco
necesitamos nada especial, pues es normal que en cada jornada de la semana
santa tengamos alguna hermandad que nos produzca un apego o singular
cariño a sus imágenes titulares, sin que tenga que mediar ninguna de las
anteriormente citadas, simplemente el sentimiento que la contemplación de las
mismas produce en nuestro interior las
hace insustituibles en nuestro programa personal de la semana santa, incidiendo
en que cada día tenga ese punto especial que lo hace indispensable, aunque no
sea el día grande de nuestra cofradía. Todo ello supone que la visita a sus
templos tenga un añadido especial y sentimental que pueda incluso, en algunos
momentos, suplir la visita a la capilla de nuestra hermandad, pues al fin y al
cabo rezamos a un mismo Jesús y a una misma María independientemente de su
advocación o imágenes que los representen.
Pero este valor
añadido no es exclusivo de la semana santa pues tenemos muchas devociones que
forman parte de nuestro intimo ser que vienen aprendidas y en herencia directa
de nuestras madres y abuelas, fundamentalmente. Devociones de mes de mayo “venid
y vamos todos”, de mes de junio “En Vos confío”, de mes de julio a la Reina del
Carmelo, de novena en agosto a quien solo necesita que le llamen “La Virgen”,
devociones selladas los viernes con un beso en el talón. Esto es, sin más
vuelta ni más razón, porque no hay razones que valgan donde manda el corazón.
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