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Que Sevilla es Mariana, no es algo que se diga porque así reza en la leyenda del escudo de la ciudad que incluso puede sonar a tópico, sino que está en su escudo porque responde a una realidad palpable del histórico amor de Sevilla con la Virgen. Es la constatación de esa innata capacidad del pueblo de convertir los tiempos propios de la ciudad en celebraciones de la Madre del Señor, como ocurre en el tiempo de adviento en que Sevilla vertebra las vísperas de la navidad en torno a cuatro advocaciones de la Stma. Virgen, convirtiendo así las cuatro velas de la corona de adviento en la conmemoración de la Inmaculada Concepción, Loreto, Guadalupe y por supuesto Esperanza.
De igual
forma ocurre en la cuaresma, tiempo de preparación a la semana santa,
que nos recuerda los cuarenta días de Jesús en el desierto, el pueblo
articula la última parte de este tiempo, cuando los domingos tienen
nombre propio, en torno a esa rosa de dolor y llanto que es la Virgen
del Valle.
Así, el Domingo de “Laetare”,
de funciones principales de Salud y Esperanzas y de toma de horas ante
la imagen de por quién reinan los reyes, la mirada de la ciudad se gira
ante el llanto más desconsolado y universal que, desde la que fue casa
profesa de la Compañía, tiende la mano a sus hijos para que, en besos de
amor desmedido hacia la que desde la Cruz es Madre de toda la
humanidad, de forma queda silenciosa le demos gracias por cada día junto
a Ella.
Y mudos
quedemos también ante la contemplación de esa asunción dolorosa,
preludio de la del 15 de agosto, por la que la Stma. Virgen ascenderá a
la gloria de su altar de septenario mientras de los corazones emana un
recuerdo de los que fueron y de los que están, por quienes vendrán y por
quienes, aun estando sus obligaciones no les permiten venir a acompañar
a la Virgen del Valle en su septenario doloroso. Y en esos siete días
recordando su vida llena de dolor y pesar, el Domingo de Pasión,
domingo de pregón y besamanos y besapies, Ella en su altar sigue
llorando su dolor inconsolable que no es solo por los tormentos de su
Hijo, sino también por todas las penas y males del mundo.
Y el
viernes siguiente, el dolor tradicional de su nombre cambia por el de
las flores que aun siendo primavera caen marchitas ante el llanto de
María mientras sus hermanos proclaman la fe en Dios Nuestro Señor ante
las lágrimas de la Virgen del Valle, transformadas en perlas que adornan
su bellísimo rostro doliente bajo los acordes de la música que Gómez
Zarzuela soñó para Ella y por quien los hermanos Álvarez Quintero
proclamaron que tras llanto y padeceres encontraremos los brazos eternos
de la Cruz.
Evocación en el alma al contemplar su descenso a la tierra para ser entronizada en su paso, altar andante, donde el Domingo de Ramos aguardará
la visita de sus hijos que, para consolar su quebranto, acudirán a
postrarse ante la doliente Madre que, fiel a la cita con la ciudad, el
Jueves Santo de la Cena del Señor paseará su profundo dolor por este
Valle de lágrimas, convirtiéndolo en el Valle de Sevilla.
Y anhelo
en la Anunciación por una sacra conversación que torna el llanto en
alegría, que cambia dolores por gozo y luto por fiesta, que vuelve la
penitencia en Gloria y transforma la cuaresma y la pasión en Pascua,
porque el Domingo de Resurrección, la mirada llorosa de la Virgen del Valle es el anuncio de la magna alegría de los cristianos: ¡¡Jesús Vive, ha Resucitado!!
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