Años,
tiempo, cambios, evolución…. Todo esto es un continuo en la historia de las
cofradías. Desde la primera estación de penitencia que tenemos constancia el 14
de abril de 1356, en que los primitivos nazarenos a imitación del Dulcísimo
saliesen desde Ómnium Sanctorum, muchos han sido los cambios que ha sufrido
nuestra “fiesta” en el devenir del tiempo. Parte de esta transformación ha sido,
no solo el cambio en los días y horarios de las estaciones de penitencia, sino
el nacimiento de nuevas hermandades y una nueva geografía urbana de la ciudad
sobrevenida por el crecimiento de la misma, sobre todo en estos últimos siglos.
Esta
expansión de la ciudad ha motivado no solo que gran parte de la población de la
urbe viva en estos barrios de nueva creación, sino que el centro, también
conocido como “intramuros” esto es lo que está dentro de la zona histórica
amurallada de la ciudad, haya ido perdiendo poco a poco a sus vecinos y que las
hermandades “tradicionales”, con sede canónica en dicho casco antiguo, hayan
visto como su nómina de hermanos ha cambiado su lugar de residencia a estos
nuevos enclaves e incluso a ciudades limítrofes a la urbe.
Esto ha
supuesto la creación y arraigo de nuevas hermandades en estas nuevas
collaciones, cuyo auge viene determinado por reunir en su entorno a la masa
social que en su día fue (y sigue siendo por tradición) de las hermandades del
centro, pero que hoy día, aunque no dejen sus hermandades familiares
históricamente, encuentran en éstas nuevas el lugar idóneo y cercano al
domicilio donde desarrollar esa necesidad de piedad popular que caracteriza a
nuestra sociedad. Ejemplo de esto lo tengo en mi propia hija que, sin abandonar
la hermandad familiar donde también se desarrolla y desenvuelve activamente
como cristiana y como persona, ha ingresado en la nómina de la hermandad del
barrio en que residimos, pues su vida cotidiana transcurre en este entorno y
sus amigos de infancia, colegio e instituto, hacen también su vida en el barrio
y su hermandad.
Para las
hermandades de los barrios, este final de verano y principio de otoño ha sido
especialmente significativo para ellas, con numerosos eventos que han puesto de
manifiesto cómo se vive la religiosidad y la piedad popular en los mismos. A
las magnas celebraciones en Nervión, con la hermandad de la Sed, y en
Torreblanca con su Virgen de los Dolores, las cuales no merecen más que nuestro
reconocimiento y felicitación una vez más, hay que sumar la vuelta del Tiro de Línea
a su casa -de Barrio Porvenir a Barrio Tiro- tras las obras acometidas este
verano en su parroquia y todo un verano en San Sebastián recibiendo el cariño
de los suyos y de todos los que nos sumamos a visitarles. Por mi parte he
tenido la inmensa suerte de conocer de primera mano, y enamorarme de ella, a la
hermandad del Dulce Nombre de Bellavista, participando en sus cultos. He
descubierto una hermandad familiar, sencilla, que aglutina el cariño de su
barrio a la Stma Virgen y lo demuestra en sus actos y vida de hermandad,
juventud y experiencia en torno a su Dulce Nombre. (Gracias Antonio Rubén por
ésta oportunidad).
Cada día soy
más de los barrios pues en ellos me encuentro la vida en primera persona. Y no
solo los más nuevos cuyas hermandades y agrupaciones parroquiales las mal
llamamos, a mi entender, de vísperas, pues su labor diaria con sus hermanos,
feligreses y vecinos, las hacen merecedoras de considerarlas “Semana Santa”
plena aunque no vayan a la Catedral, sino también de collaciones históricas de
la ciudad (alguna incluso intramuros) donde también se percibe este sabor popular
que nos pellizca el alma y hace que nos cautiven las hermandades de nuestros “barrios”.
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