jueves, 17 de octubre de 2019

Barrios





Años, tiempo, cambios, evolución…. Todo esto es un continuo en la historia de las cofradías. Desde la primera estación de penitencia que tenemos constancia el 14 de abril de 1356, en que los primitivos nazarenos a imitación del Dulcísimo saliesen desde Ómnium Sanctorum, muchos han sido los cambios que ha sufrido nuestra “fiesta” en el devenir del tiempo. Parte de esta transformación ha sido, no solo el cambio en los días y horarios de las estaciones de penitencia, sino el nacimiento de nuevas hermandades y una nueva geografía urbana de la ciudad sobrevenida por el crecimiento de la misma, sobre todo en estos últimos siglos.

Esta expansión de la ciudad ha motivado no solo que gran parte de la población de la urbe viva en estos barrios de nueva creación, sino que el centro, también conocido como “intramuros” esto es lo que está dentro de la zona histórica amurallada de la ciudad, haya ido perdiendo poco a poco a sus vecinos y que las hermandades “tradicionales”, con sede canónica en dicho casco antiguo, hayan visto como su nómina de hermanos ha cambiado su lugar de residencia a estos nuevos enclaves e incluso a ciudades limítrofes a la urbe.

Esto ha supuesto la creación y arraigo de nuevas hermandades en estas nuevas collaciones, cuyo auge viene determinado por reunir en su entorno a la masa social que en su día fue (y sigue siendo por tradición) de las hermandades del centro, pero que hoy día, aunque no dejen sus hermandades familiares históricamente, encuentran en éstas nuevas el lugar idóneo y cercano al domicilio donde desarrollar esa necesidad de piedad popular que caracteriza a nuestra sociedad. Ejemplo de esto lo tengo en mi propia hija que, sin abandonar la hermandad familiar donde también se desarrolla y desenvuelve activamente como cristiana y como persona, ha ingresado en la nómina de la hermandad del barrio en que residimos, pues su vida cotidiana transcurre en este entorno y sus amigos de infancia, colegio e instituto, hacen también su vida en el barrio y su hermandad.

Para las hermandades de los barrios, este final de verano y principio de otoño ha sido especialmente significativo para ellas, con numerosos eventos que han puesto de manifiesto cómo se vive la religiosidad y la piedad popular en los mismos. A las magnas celebraciones en Nervión, con la hermandad de la Sed, y en Torreblanca con su Virgen de los Dolores, las cuales no merecen más que nuestro reconocimiento y felicitación una vez más, hay que sumar la vuelta del Tiro de Línea a su casa -de Barrio Porvenir a Barrio Tiro- tras las obras acometidas este verano en su parroquia y todo un verano en San Sebastián recibiendo el cariño de los suyos y de todos los que nos sumamos a visitarles. Por mi parte he tenido la inmensa suerte de conocer de primera mano, y enamorarme de ella, a la hermandad del Dulce Nombre de Bellavista, participando en sus cultos. He descubierto una hermandad familiar, sencilla, que aglutina el cariño de su barrio a la Stma Virgen y lo demuestra en sus actos y vida de hermandad, juventud y experiencia en torno a su Dulce Nombre. (Gracias Antonio Rubén por ésta oportunidad).


Cada día soy más de los barrios pues en ellos me encuentro la vida en primera persona. Y no solo los más nuevos cuyas hermandades y agrupaciones parroquiales las mal llamamos, a mi entender, de vísperas, pues su labor diaria con sus hermanos, feligreses y vecinos, las hacen merecedoras de considerarlas “Semana Santa” plena aunque no vayan a la Catedral, sino también de collaciones históricas de la ciudad (alguna incluso intramuros) donde también se percibe este sabor popular que nos pellizca el alma y hace que nos cautiven las hermandades de nuestros “barrios”.

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