viernes, 4 de julio de 2014

Ser Crucero


Manuel Sánchez del Arco en su “Cruz de Guía” nos dice que primero fue la retórica a la que muy pronto se le impuso la plástica. Los “místicos” no llegaban al pueblo; bien es cierto que no siempre fueron bien estudiados, ni sus obras gozaron de una gran difusión en su momento, teniendo en cuenta que entre místicos y ascéticos son numerosísimas las obras escritas, y que como dijo Menéndez y Pelayo “No hay sistema de Teología que pueda encerrar todos los modos por donde lo divino se manifiesta al alma”. Lo mejor de todo es lo que queda fuera de esta enorme biblioteca, que es lo que las hermandades recogen y nos transmiten: que “Cristo ha muerto explicando una lección de amor universal”.


Foto: Miguel Villoslada @Miguel_Villos
Pasado el tiempo, cuando apenas queda memoria de los escritos, ahí están las hermandades impresionando con la misma fuerza que en los siglos XVI y XVII con sus imágenes procesionales. No es que la imagen tenga más importancia que los escritos, si no que en tiempos donde la cultura no era patrimonio de todos, allí es donde las imágenes llevan y transmiten su mensaje. Fiel al espíritu de Trento la hermandad tiene en la imagen la forma de hablar al pueblo. La plástica ha dado en Sevilla su mejor y más amplia lección sirviendo a la religión en el punto más alto de meditación  que podía ofrecer: La Pasión.



La contemplación de Cristo Crucificado sirve para captar más fácilmente el significado del dolor inmenso e injusto sufrido para la salvación del hombre. La devoción al Santo Crucifijo adquiere una singular relevancia en las iglesias dedicadas al misterio de la Cruz y muy especialmente en los conventos. Al paso por las altísimas bóvedas catedralicias y en la estación ante el monumento las cofradías adquieren una severidad claustral. En los lugares donde se veneran reliquias del Lignum Crucis aún se magnifica esa devoción a Cristo en la Cruz. Precisamente la Orden Seráfica, por ser los guardianes y custodios de Tierra Santa, fueron los principales difusores de las reliquias del Santo Madero y por consiguiente del culto a la Verdadera Cruz.

Foto: Jose Manuel Moran @JMMoran94
En ese marco de mística popular, en ese ambiente conventual de Casa Grande de San Francisco, es donde se nos regaló a Sevilla el Santísimo Cristo de la Veracruz: grave, severa, profundamente doliente, la imagen del crucificado trasciende su propio sufrimiento para, en esa ascética del claustro monacal de los seráficos hermanos, hoy revivida en la capilla del Dulce Nombre de Jesús, abrirnos sus brazos y hacernos partícipes de la gran lección de amor del Calvario. Es ese abrazo el que nos hace partícipes de su Cruz; en ese abrazo es donde unimos nuestra cruz particular con su Cruz Salvadora; es ese abrazo de Jesús en la Cruz el que nos hace cruceros y nos invita cada día a compartirla con El (En tu Cruz, contigo quiero estar…)

Ser crucero es algo que va mas allá que el ser hermano de una Hermandad. Ser crucero es un sentimiento: es una opción de vida, seguramente la mejor elección que podamos hacer (¿no es verdad Quico?).  Pero realmente la Veracruz no viene impuesta, quizás ni siquiera se elige; suele llegar como algo puramente casual. El ser crucero es algo que te atrapa y te envuelve, y una vez ese sentimiento ha penetrado en ti, ya no te abandona nunca. Porque al final nuestra elección es aceptar esa cruz que cada día se nos ofrece y se nos regala en ese abrazo de brazos abiertos de quien lleva más de quinientos años diciéndonos: “Toma tu cruz y sígueme”

No hay comentarios:

Publicar un comentario