La iglesia tiene
su propio calendario de celebraciones llamado el año litúrgico que se divide en
diferentes tiempos según el momento de la vida de Jesús que se recuerde. Por su
importancia el día principal es el domingo de Resurrección, al que le sigue el tiempo de Pascua
en el que celebramos a Jesús Resucitado, siendo precedido por otro tiempo de
preparación, que es la Cuaresma y Semana Santa. El segundo día en importancia
el año litúrgico es el día de Navidad al que le sigue otro tiempo de gozo,
siendo también precedido por otro tiempo
de preparación: el Adviento. El resto del año es el tiempo llamado ordinario. La
ciudad, por su forma tan particular de ser,
hace suyos estos diferentes tiempos litúrgicos y los adapta a su
idiosincrasia, estilo y personalidad. Como nada es por azar, Sevilla hace gala
de su título de “Mariana” que, si bien es de reciente incorporación a la
leyenda de su escudo, le viene por una tradición de siglos de gran fervor
mariano, porque ve las fiestas del Hijo a través de los ojos de la Madre, acomodando
estos tiempos de la Iglesia a las celebraciones de la Virgen que se
corresponden a las fechas cercanas.
Así el Adviento,
que constituye la espera del nacimiento del Hijo de Dios, la ciudad lo adelanta
recibiendo el aviso de su llegada cuando
se nos muestra la Esperanza Macarena vestida con el luto propio del mes que
recordamos a quienes ya están con el Padre intercediendo por nosotros. Ver a la
Macarena de negro es una llamada en nuestro calendario particular, pues nos indica
la certeza que todo acaba y vuelve a empezar: siendo el anuncio de los días
grandes que se empiezan a presentir. El 21 de Noviembre el adviento se engrandece
y nos muestra la unión trascendente de quien siendo la Madre de Dios, aún en la
espera gozosa de su nacimiento, ya siente sobre si la funesta espada profetizada
por Simeón y por eso besamos la mano de quien el Todopoderoso colmó de Amargura
en el aniversario de su coronación canónica.
Tras la dulce mirada de la mas amarga Señora, continua
el Adviento celebrando la Presentación de la Madre, vistiendo a la Estrella de
hebrea y proclamando a todo el mundo en general que María fue Concebida Sin
Pecado Original, haciendo a esta fiesta el núcleo central de este tiempo, porque
en la historia fue activista en la defensa de ésta piadosa creencia entonces y
hoy dogma de la Iglesia, gracias a voces como la Primitiva Hermandad de los
Nazarenos, de la Orden Franciscana y la Hdad de la Santísima VeraCruz - no se sabe a ciencia cierta donde empieza la
hermandad y dónde termina la orden en los asuntos inmaculistas de la ciudad -,
a los hermanos de Los Negritos que vendieron su libertad para sufragar cultos a
la Inmaculada Reina de los Ángeles, a los sacerdotes de San Pedro Advíncula, y
tantas otras instituciones que, en definitiva, conforman la ciudad en pleno. La
Fiesta de la Inmaculada es el “Gaudete” de nuestro singular adviento porque es
la alegría de cantar las excelencias de tan pura Virgen y dolorida Madre al
recibir el más alto privilegio otorgado por Dios.
En la recta
final celebramos a la Virgen de Loreto y Guadalupe: la que portaron su casa los
ángeles y la que es Reina de la Hispanidad. Tendremos repique a fiesta grande en
la giralda y campanas al vuelo en la Calzada por el júbilo de los XXV años de
Encarnación Coronada. Y finalizamos nuestro adviento el día de las Esperanzas,
porque las que están en la espera gozosa del Hijo nos tienden su mano para que
sea nuestro beso, una vez más, el que rubrique nuestro amor por la Madre de
Dios en una Navidad que cada año nos anticipa la Macarena cuando desciende de
su altar en
diciembre, marcando el final de este tiempo que Ella misma inició, siendo por
tanto el alfa y el omega del adviento de Sevilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario