lunes, 30 de diciembre de 2019

Año nuevo: Dulce Nombre de Jesús


Como una espiral sin fin, un año termina y otro nuevo se abre ante nuestros ojos donde volver a vivir las diferentes estaciones, momentos y fiestas en ese ciclo sin fin que es la vida, y que año a año se nos muestra, siempre igual pero siempre diferente, en base a las lecciones aprendidas, a la experiencia acumulada y las diferentes tareas que nos toquen realizar.

Aunque cada año sea distinto, empezamos el año conmemorando, como no puede ser de otra forma, a Jesús y a María. María como Madre de Dios y Madre nuestra que celebramos desde el año 431 (la fiesta mariana más antigua que celebra la iglesia católica), en que por ser madre de Jesús, y Jesús ser Dios –segunda persona de la Trinidad- hecho hombre, merece por tanto dicho título. Por añadidura en su Sí a Gabriel –Sí a Dios- se hizo madre de toda la cristiandad.

Comenzamos el año venerando el Santísimo Nombre de Jesús al celebrar el quinario de Jesús del Gran Poder, quien es el Alfa y Omega del hombre y de la ciudad.

Pero el primero de año (día 3 según la nueva liturgia) se celebra la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, nombre que le fue impuesto en su circuncisión –primera sangre derramada por Jesús en su vida mortal- y que significa Salvador, pues viene a salvarnos y librarnos de nuestros pecados, nombre al que debemos grandísima reverencia por representarnos al divino Redentor que nos reconcilió con Dios y nos alcanzó la vida eterna.

Y el inicio del año se nos presenta en la veneración del Santísimo Nombre de Jesús al celebrar el quinario de Jesús del Gran Poder, quien es el Alfa y Omega del hombre y de la ciudad, principio en su nacimiento y manifestación de su Gran Poder –Rey a quien reyes adoran- y final en su caminar al calvario, cargado con la cruz de nuestros pecados, donde romperá el lazo de nuestros pecados que al hombre oprimió. Celebraremos el santísimo nombre del Dios Fuerte que marcha al calvario a retar a la muerte a lucha mortal para confortarnos, pobres pecadores, con su Pasión. Celebraremos al Señor Santo que manda en los cielos y en la tierra, que tendrá compasión de nuestras culpas enviándonos su Misericordia desde San Vicente. Celebraremos a Jesús de las Penas que, ayudado por Simón de Cirene, va camino de su glorificación en la cruz, donde nos entregará su cuerpo en sacrificio para que todos participemos, con Él, de la redención. Celebraremos a Jesús Nazareno que con su pesada cruz, que nos muestra en la más sevillana exaltación del árbol sacrosanto, nos hace memoria de todos los sufrimientos padecidos por nuestro amor. Celebraremos a Jesús a quien, agobiado por el peso de la cruz, se le inflamaron  rosas de amargura que tornaron la sangre en lirios en sus caídas de salvación. Y así le seguiremos celebrando…

Así y a modo de jaculatoria, bendiciendo siempre el Dulcísimo nombre de Jesús Nazareno, terminaremos nuestros cultos diciendo: “Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz has redimido al mundo”.

Porque en el principio del año nuevo celebramos el Dulcísimo Nombre de Jesús, como es tradición decir en estas latitudes, recordando en cada uno de los cultos que celebran nuestras hermandades en estos días en torno a Jesús cargado bajo el peso de la cruz, que Cristo quiso ser por todos obediente hasta la muerte y no una muerte cualquiera, sino una muerte de Cruz, por la que nos consiguió, pobres pecadores, la gloria eterna y la salvación del mundo. Así y a modo de jaculatoria, bendiciendo siempre el Dulcísimo nombre de Jesús Nazareno, terminaremos nuestros cultos diciendo: “Te adoramos Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz has redimido al mundo”.



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