Ser de la Vera Cruz no es solo ser hermano de una corporación, es formar parte de una gran familia, pues así nos sentimos los hermanos de la Vera Cruz.
Vivimos un tiempo complicado, hosco,
difícil, descorazonador. Cuesta trabajo ver la luz en el final de este sombrío
túnel que ha tocado vivir a nuestra generación, al igual que nuestros
antepasados sufrieron guerras, gripes, peste… Dos años con la vida secuestrada
en busca de esa minimización de daños que nos permitan pasar esta página de la
mejor forma posible. Dos años en los que la vivencia de nuestra semana santa a
la usanza tradicional, con cofradías en la calle, se ha visto abocada al
recuerdo de la arcadia interior de cada uno. Porque si la contemplación de una
cofradía en la calle, o la vivencia de la salida en unión a nuestros hermanos
nazarenos, hace posible esa unión interior con nuestros seres queridos que ya
gozan de la presencia del Padre, que fueron quienes nos enseñaron a amar a
Cristo, a la Iglesia y a las hermandades, a vivir en hermandad y a trasmitir
estos sentimientos a las nuevas generaciones de jóvenes, estos años esa
cercanía quasi espiritual con nuestro padres hemos de vivirla desde la memoria,
en esos recuerdos que guardamos en ese rincón secreto del corazón que solo el
sentimiento conoce. Quizás sea esto parte de lo que llaman la semana santa
íntima… ¿Y de qué forma creamos dichos
recuerdos, los evocamos, los
conservamos, incluso los transmitimos? Mediante la vida en las hermandades y
voy a contarles sobre mi hermandad: ¿Qué es ser de la Vera Cruz?
Manuel Sánchez del Arco en su “Cruz de Guía” nos dice que
primero fue la retórica a la que muy pronto se le impuso la plástica. Los “místicos”
no llegaban al pueblo; bien es cierto que no siempre fueron bien estudiados, ni
sus obras gozaron de una gran difusión en su momento, teniendo en cuenta que
entre místicos y ascéticos son numerosísimas las obras escritas, y que como
dijo Menéndez y Pelayo “No hay sistema de Teología que pueda encerrar todos los
modos por donde lo divino se manifiesta al alma”. Lo mejor de todo es lo que
queda fuera de esta enorme biblioteca, que es lo que las hermandades recogen y
nos transmiten: que “Cristo ha muerto explicando una lección de amor
universal”.
Pasado el tiempo, cuando apenas queda memoria de los
escritos, ahí están las hermandades impresionando con la misma fuerza que en
los siglos XVI y XVII con sus imágenes procesionales. No es que la imagen tenga
más importancia que los escritos, si no que en tiempos donde la cultura no era
patrimonio de todos, allí es donde las imágenes llevan y transmiten su mensaje.
Fiel al espíritu de Trento la hermandad tiene en la imagen la forma de hablar
al pueblo. La plástica ha dado en Sevilla su mejor y más amplia lección
sirviendo a la religión en el punto más alto de meditación que podía ofrecer: La Pasión.
La contemplación de Cristo Crucificado sirve para captar más
fácilmente el significado del dolor inmenso e injusto sufrido para la salvación
del hombre. La devoción al Santo Crucifijo adquiere una singular relevancia en
las iglesias dedicadas al misterio de la Cruz y muy especialmente en los
conventos. Al paso por las altísimas bóvedas catedralicias y en la estación
ante el monumento las cofradías adquieren una severidad claustral. En los
lugares donde se veneran reliquias del Lignum Crucis aún se magnifica esa devoción
a Cristo en la Cruz. Precisamente la Orden Seráfica, por ser los guardianes y
custodios de Tierra Santa, fueron los principales difusores de las reliquias
del Santo Madero y por consiguiente del culto a la Verdadera Cruz.
En ese marco de mística popular, en ese ambiente conventual
de Casa Grande de San Francisco, es donde se nos regaló a Sevilla el Santísimo
Cristo de la Veracruz: grave, severa, profundamente doliente, la imagen del
crucificado trasciende su propio sufrimiento para, en esa ascética del claustro
monacal de los seráficos hermanos, hoy revivida en la capilla del Dulce Nombre
de Jesús, abrirnos sus brazos y hacernos partícipes de la gran lección de amor
del Calvario. Es ese abrazo el que nos hace partícipes de su Cruz; en ese
abrazo es donde unimos nuestra cruz particular con su Cruz Salvadora; es ese
abrazo de Jesús en la Cruz el que nos hace hermanos en la Vera Cruz y nos
invita cada día a compartirla con El (En tu Cruz, contigo quiero estar…)
Porque al final nuestra elección es aceptar esa cruz que cada día se nos ofrece y se nos regala en ese abrazo de brazos abiertos de quien lleva más de quinientos años diciéndonos: “Toma tu cruz y sígueme”.
Pero ser de la Vera Cruz no es solo ser hermano de una corporación, es formar parte de una
gran familia, pues así nos sentimos los hermanos de la Vera Cruz. Ir a la
capilla o a la casa de hermandad no es encontrarte con personas que sienten
devoción por la misma imagen de crucificado que tú, es saber que te vas a
encontrar con tu familia, con seres queridos quienes nos preguntamos cómo nos
va la vida, por nuestros padres e hijos, nos alegramos y felicitamos por
nuestros éxitos profesionales o por los de nuestros hijos , lloramos juntos
nuestros males y pérdidas, y los que disfrutamos en armonía la cotidianidad de
una convivencia en nuestra casa de hermandad al termino del culto que
corresponda. Ser de la Vera Cruz es trabajar por y para los demás desde una
diputación de caridad que se reinventa cada año, como se hace con las
carretillas, para intentar atender a tantos que lo necesitan, o cómo también se
hizo desde el centro de educación permanente de adultos que tuvo la hermandad y
que a tantos ayudó a conseguir sus estudios básicos, o procurando una buena
formación litúrgica de nuestros hermanos, especialmente los jóvenes que son los
acólitos en los cultos de la hermandad. Y
lo más importante esta familia no solo se corresponde a nuestra hermandad, sino
que gracias a la Confraternidad de la Vera Cruz todas las hermandades que
seguimos a Cristo Crucificado como lo visualizamos cada lunes santo tras el
Santo Cristo de la hermandad de Sevilla, lo materializamos en los actos y
cultos que hacemos en conjunto, fundamentalmente la anual peregrinación de cada mes de
septiembre, y lo demostramos cuando un hermano de la Vera Cruz visita otras
localidades y encuentra abiertas las puertas de la Capilla, la casa y los
brazos de sus hermanos para sentirnos uno más de la casa, como he vivido en
primera persona en mis últimos viajes a Caravaca de la Cruz o Cádiz por citar
los ejemplos más recientes, y aprovechar esta oportunidad de volver a mostrar
mi agradecimiento por las atenciones recibidas y de hacernos sentir en casa.
Ser de la Vera Cruz es algo que va más allá que el ser
hermano de una Hermandad. Ser de la Vera Cruz es un sentimiento: es una opción
de vida, como dice mi hermano y amigo Francisco Berjano seguramente la mejor
elección que podamos hacer. Pero
realmente la Veracruz no viene impuesta, quizás no siquiera se elige; suele
llegar como algo puramente casual. El ser de la Vera Cruz es algo que te atrapa
y te envuelve, y una vez ese sentimiento ha penetrado en ti, ya no te abandona
nunca. Porque al final nuestra elección es aceptar esa cruz que cada día se nos
ofrece y se nos regala en ese abrazo de brazos abiertos de quien lleva más de
quinientos años diciéndonos: “Toma tu cruz y sígueme”.