Estar
al servicio de los hermanos nazarenos entronca con la misión de atenta disposición
a los hermanos que debemos tener todos los que somos miembros activos de una
hermandad, como asociación de la iglesia que somos.
Personas. Las
hermandades las formamos personas. Con sus defectos y virtudes, con sus penas y
alegrías, con sus cualidades, personalidad, habilidades, capacidades,… Estas
personas, cada una con su forma de ser, son las que, a la postre, hacen de la
hermandad lo que es. Aunque cada una tenga su sello, su impronta y
características según su historia y circunstancias, verá su imagen en función
de la forma de actuar que tengan los hermanos que estén en ese momento llevando
las riendas de la hermandad. Esto ya lo hemos comentado en ocasiones anteriores, y cada uno tendrá
su visión particular en función de la propia experiencia al respecto.
Viene esta
introducción a cuenta que días atrás el tuitero @cereroblog publicaba una
foto de un canastilla con el mensaje “atento siempre al servicio de sus hermanos
nazarenos”. Dicho tuit llamó mi atención pues, además de ser una verdad
con mayúsculas, entronca con la misión de atenta disposición a los hermanos que
debemos tener todos los que somos miembros activos de una hermandad, como
asociación de la iglesia que somos, y puesto que uno de los fines principales
en las hermandades es promover y fomentar lazos de unión fraterna entre los
hermanos, como también expresaba en una colaboración de opinión en la web amiga
@ElCostal.

Ser diputado de
tramo, o canastilla, o celador -pónganle ustedes el nombre que prefieran-, no
debe constituir en ningún caso un signo de reconocimiento en gratitud a
servicios prestados, ya que es un puesto de gran responsabilidad por ser parte
de la organización y control de la cofradía, constituyendo además el eslabón
fundamental entre la hermandad, como institución, y sus miembros,
personalizados en cada uno de los nazarenos que forman el tramo y que realizan
su estación de penitencia. El diputado es la persona que sacrifica su estación
de penitencia, a pesar de vestir el hábito penitencial, en pro de que sus
hermanos puedan disfrutar la salida en plenitud. De la buena labor del diputado
no solo depende que el hermano vaya bien atendido en todo momento de la
procesión, sino que pueda ver reforzado su sentimiento de pertenencia a la
hermandad si encuentra, además, en su canastilla una persona afable, cercana,
cariñosa y sencilla – lo que hoy llamamos empática- pues teniendo en cuenta que
la mayoría de los nazarenos solo acuden a la hermandad para sacar la papeleta
de sitio y salir de nazareno, si le mostramos una buena acogida seguramente
sentirá la necesidad de acudir más a la hermandad por saberse bien recibido en
su casa.
El nazareno es el ladrillo que construye, conforma y
da cuerpo a los cortejos aportando,
además, su presencia en el culto a Dios ofrecido.
Porque el
nazareno es la auténtica piedra angular de una estación de penitencia,
independientemente del culto público tributado a Dios que le da su sentido,
aunque también suele ser el gran olvidado y el principal damnificado en los retrasos
e incidencias de la procesión. El nazareno es el ladrillo que construye, conforma y da cuerpo a los cortejos
aportando, además, su presencia en el culto a Dios ofrecido. El nazareno es
alma de la hermandad, en tanto miembro de la corporación que es y la sostiene
con sus cuotas y su trabajo -cuando es miembro activo de la misma-, y también
porque es el reflejo en la calle de una vida de hermandad plena y saludable.
Cuando una corporación tiene buen ambiente y actividad en su día a día, éste
tiene su imagen proyectada en un nutrido cuerpo de nazarenos y una atmosfera de
alegría, armonía y concordia que se transluce en los mismos y en los
familiares, amigos y devotos que acompañan la procesión.
Cuidar al
nazareno es cuidar a la hermandad, por eso mimemos a nuestros cuerpos de diputados,
canastillas o celadores, dándoles la importancia que tienen y formándoles para
que tomen conciencia de su auténtico ser y estén en todo momento al servicio de
su tramo.
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