Las hermandades y
cofradías son asociaciones de personas reunidas para a un fin común que es la
meditación en torno a algún misterio de la pasión del Señor, fomentando la
unión, formación, caridad y convivencia entre sus miembros. Son asociaciones de
personas, formadas por personas cada una con su propia individualidad,
personalidad y características, pero personas, aunque usualmente nos referimos
a ellas como algo abstracto, impersonal, que trasciende lo concreto para
convertirse en una idea, más allá del espacio y del tiempo, incluso algo que no
podemos percibir por los sentidos sino solo por el sentimiento.
Es innegable que toda
hermandad tiene algo especial que une nuestro corazón a ellas, pues son un
punto de encuentro entre varias generaciones de la misma familia y nuestra
pertenencia a ellas aviva aún más el recuerdo a nuestros antepasados que
pertenecieron a ellas, sobre todo cuando
ya gozan de la presencia del Padre. Pero no es a esto a lo que me quiero
referir hoy, sino a otro aspecto diametralmente opuesto en que solemos hacer
uso de la impersonalidad, a veces incluso de forma mayestática, para referirnos a las hermandades.
Solo hay que ver la
historia para comprobar que muchas de nuestra corporaciones atesoran siglos de
existencia, habiendo conseguido muchas de ellas grandes logros, no solo para
sus hermanos, sino para la ciudad y sus habitantes e incluso la Iglesia en
general. Logros que han sido posible gracias a la actuación de los hermanos que
en ese momento concreto formaban parte de la misma. Si bien la hermandad ha sido el nexo de unión y la motivación que
hizo posible que trabajaran para conseguirlos, han sido logros de unas personas
concretas, que de no haber sido por ellas quizás no hubiese sido posible su
consecución. Creo que es evidente que, al igual que ocurre con los gobiernos de
las naciones, las decisiones que tomen Pedro, Juan o Santiago no serían las
mismas que tomasen Felipe, Andrés o Bartolomé. Ni pretendo dar lecciones ni
mucho menos juicios de valor de unas personas sobre otras, pero si creo conveniente
reflexionar en lo importante que es conformar un buen equipo de gobierno que se
mueva por los intereses generales y no por los propios (aplíquese al ámbito que
se quiera).
Tampoco quiero dejar
pasar el hecho que, cuando una junta de gobierno toma una decisión que pueda no
ser del agrado de terceros somos muy dados a decir: “lo ha decidido la
hermandad…” “ lo ha acordado el cabildo…”, evidentemente en casos de acuerdos de
cabildo general de hermanos es innegable que es una decisión de la hermandad,
pero particularmente me quiero referir a esas decisiones que son de asuntos menores
correspondientes a la junta de oficiales, y es justo a lo que me refería
anteriormente en que son decisiones que son adoptadas por las personas que la conforman en ese momento concreto.
Hoy son muchas las hermandades existentes, algunas de
reciente creación y otras atesoran varios siglos de historia. Recordar glorias
y logros del pasado es algo importante que además forma parte de la historia de
cada hermandad, pero de ahí a basar todo el peso de la corporación en algo que
se hizo en el siglo XVII es algo banal, pues dicho logro fué gracias al trabajo
de los hermanos que estaban en aquel momento pero no justifica lo que hoy día
es la hermandad. Si nos atenemos solo a ésto las corporaciones de reciente
creación carecerían de importancia, cuando sabemos que no es así pues muchas de
ellas en sus respectivos barrios realizan una más que encomiable labor social
que ya hubiesen querido para si algunas corporaciones de siglos atrás. En todo
caso para los hermanos de estas hermandades centenarias, los logros del pasado
deberían servir para que se trabajase con más fuerza solo por ser dignos de los
hermanos que nos precedieron y nos dejaron tan importante legado.
Reflexionemos, no
seamos entes abstractos e impersonales en el que escudemos nuestras acciones,
demos la cara y busquemos engrandecer verdaderamente nuestra corporación, por
la memoria de quienes nos la legaron, en digno homenaje a su trabajo y como
responsables de transmitir a nuestros hijos esta herencia recibida.
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