Publicado en el Blog "El Sanedrín" de la web ElCostal.org
Sevilla es una
ciudad muy singular. Muy celosa de sus cosas, su historia, sus tradiciones, sus
gentes,… tan celosa que aunque no sea una ciudad grande, que al fin y a la
postre nos conocemos todos, hay determinadas cuestiones que no están al alcance
de la mayoría, pues se gusta de guardar sus cosas para sí y solo las muestra
cuando y a quien quiere. No es fácil entenderla, ni tampoco descubrirla, pero
el tiempo, la paciencia y la oportunidad abre las puertas del más hermoso de
los tesoros que tiene que no es ni material ni obra de arte, es el sentimiento.
Porque el sentimiento es el corazón mismo de la ciudad que caprichosamente se
revela en un albedrío peculiar y aparentemente atemporal pero que en el fondo
sabe muy bien cuando debe mostrarse para quedar enganchado al alma misma de la
urbe.
Foto: Cristina Paradas |
Pues sucedió que
un buen día, este mozalbete enamorado de las cofradía que recién había
terminado el servicio militar, empezó a descubrir el universo que las rodea y
hace posible nuestra semana santa: fue conociendo a bordadores, orfebres,
imagineros, músicos con quienes fue tomando conciencia de cada una de las artes
y saber valorar el trabajo que conlleva
cada una de las obras que conforman el patrimonio de nuestras cofradías. Un día
tuvo la oportunidad de conocer el taller de Antonio Illanes y plenamente
ilusionado por la significación tan especial del lugar objeto de la visita,
pues fue donde se talló la imagen de la Stma Virgen de las Tristezas a quien
cada Lunes Santo prestaba sus pies para pasearla por la ciudad, sin dudarlo un solo momento allí se presentó.
Cuando se abrió la puerta de la casa toda aquella ilusión presentida quedó en
segundo plano ante la figura de quien nos recibía: dándonos la bienvenida
estaba Dª Isabel Salcedo, la viuda del imaginero quien había sido la modelo del
artista para la Virgen de las Tristezas. Todo el entusiasmo inicial se
convirtió en emoción porque “la virgen”
nos había abierto la puerta.
Desde aquel
instante ya no importaba el lugar ni las herramientas del escultor, sus obras
allí expuestas tanto profanas como sagradas, ni las fotos de familia, ni los
reconocimientos recibidos de tantas cofradías, nada tenía importancia salvo la
presencia de aquella mujer, guapa, cariñosa, sonriente, amable que con
admiración demostrada nos enseñaba las cosas de su marido, pero que en la
humanización más absoluta, quien en la capilla es la “llena de Tristeza”, en
aquel momento era la dulzura personificada en aquella sonrisa que nunca
olvidará el protagonista.
Pasaron los años
y aquel joven de entonces peina ya abundantes canas, pero siempre en su mente
el recuerdo de aquella visita. Muchas veces, en el transcurso de estos años, tuvo
ocasión de referir con sus allegados aquella extraordinaria experiencia, pero
al cumplirse los 75 años de la hechura y
bendición de la imagen de la Virgen de su hermandad se hace aún más presente el
recuerdo de aquella mujer inseparablemente unido al de su marido por ser
quienes nos regalaron las más dulces Tristezas que se conocen en la ciudad,
y quien estas líneas escribe siempre
tendrá presente el día que la virgen le abrió la puerta.
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