Publicado en el Blog "El Sanedrín" de la web ElCostal.org
Y la ciudad se
vio engullida por su propia prisa… Poco a poco y casi sin darse cuenta, esa
forma de vida pausada y costumbrista de pequeños ritos asociados a las tareas
cotidianas del día a día, del café a media mañana en un paréntesis que no ponía
en jaque la productividad, de un tinto con una tapa de riñones en el aperitivo
de mediodía en el Bar Flor cuando los grandes almacenes cerraban a las horas de
la comida y las emisiones de televisión tenían fin y principio con carta de
ajuste, de un refresco a la salida de misa los domingos previo a ir a comer a
casa de los abuelos con unas tardes agraciadas con la salida de la “Gloria” de
turno que, sin “programas establecidos”, publicidades, ruidos ni bullas servían
de áureo remate a esos días de vida familiar que mitigaban esa espera del
tiempo del gozo que para muchos supone nuestra Semana Mayor. Porque si bien el “Gozo”
es el Domingo de Resurrección (éste es el día en que actuó el Señor), en el
mejor de los “spoilers” y como conocemos el final de la película, adelantamos
esa alegría de la Resurrección al sonido de las campanitas que tornan en
ilusión las caras de los niños cuando el Señor de la “borriquita” baja esa rampa
que atesora los juegos de la infancia de la ciudad.
Hoy todo es
prisa. Aquellos ritmos pausados del hombre costumbrista de antaño, hoy solo son
una carrera sin fin pues nuestra vida cotidiana es una mera competición contra
el reloj, no existe hueco para nada, ni tan siquiera para ir a misa. ¿Asistir a
un culto? No ha lugar. Todo es correr. No queremos ver el tiempo, sino volar
sobre él, y en ese vano intento nos inventamos una semana santa falaz, en la
que ni los arboles nos permiten ver el bosque, ni tan siquiera tomamos
conciencia del tiempo que vivimos, haciendo del año una ficticia cuenta atrás anticipando
un final no venido que nos priva de vivir en plenitud el presente aun no
estrenado. Si hemos estado anticipando la semana santa al inicio de la
cuaresma, con el consiguiente vacío de ésta, hay incluso quien ya anticipa a
este año la cuaresma del que está por venir.
Ésta pérdida de
focalidad no solamente hace que la cuaresma no sea el tiempo de preparación que
es, sino que por no vivir dicha preparación también nos deja vacía una semana
grande que queremos vivir tan intensamente y que al final se nos pasa sin pena
ni gloria. Tanto corremos que estamos convirtiendo todo el año en una semana
santa sin fin, una semana santa en bucle que, por querer alargarla en exceso,
nos hace olvidar que precisamente su principal valor es su carácter efímero y
fugaz que, por su volatilidad, nos hace querer detener el tiempo para saborear
el paso de la hermandad por aquella calle a la que nos llevaba nuestro padre a
la que hoy vamos con nuestro hijos y mientras vemos ese solemne procesionar,
inalterable al paso de los años, sentimos como están las tres manos
entrelazadas.
Primer Viernes
de Marzo y también Primer Viernes de Cuaresma que este año nos unen tradiciones
que hemos heredado de nuestros padres y otras nuevas que dejaremos en herencia
a nuestros hijos y forman parte de
esos momentos antes mencionados en los que no hay tiempo sino solo eternidad:
así en San Ildefonso, Santa Genoveva, San Antón, Capillita de San José, El
Cerro, San Pablo, en todas y cada una de las hermandades que celebran sus
cultos seremos parte de esa máquina del tiempo del alma y corazón que une a los
presentes y a quienes nos precedieron perpetuando la memoria de una ciudad que,
sin ser consciente de ello, es capaz de ganar la batalla a la prisa.
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