domingo, 1 de marzo de 2020

Reflejo


En este afán de anticipación que vivimos en la actualidad muchos felicitan la llegada de la cuaresma, cuando lo que debemos es vivir intensamente estos días como preparación a la gran fiesta de la Pascua.

La primera parte del año, hablando en términos cofradieros, viene marcada por la que es actividad central en las hermandades: los cultos y la semana santa con la estación penitencial, y su culminación en la Pascua de Resurrección, eje central de la vida de la iglesia. Al igual que la Navidad, la segunda gran fiesta cristiana, viene precedida de un tiempo de preparación y austeridad que hace que resalte aún más la gran alegría que supone el nacimiento y la resurrección del Señor. Dicho sea de paso, en este afán de anticipación que vivimos en la actualidad, muchos se felicitan la llegada de la cuaresma por cuanto nos anuncia la llegada de los días del gozo de los cofrades, cuando en realidad lo que debemos hacer es vivir intensamente estos días como preparación a la gran fiesta de la Pascua, que sí anticipamos en nuestra estación penitencial.

Como la estación de penitencia es en cierto modo una celebración anticipada de la Pascua, según nos lo ha explicado en varias ocasiones el salesiano Luis Fernando Álvarez, podríamos asemejar este tiempo de preparación cuaresmal a nuestra vida de hermandad previa a la semana santa. Cuanto mas participativa sea nuestra vida en la corporación, tanto más fructífera será nuestra estación penitencial (y por ende nuestra Pascua), por cuanto que a la vivencias particulares y personales hay que sumar las compartidas con nuestros hermanos.

Una hermandad viva nos la muestra el buen ambiente existente entre sus hermanos, lo que se traduce en una buena participación en el diario, en los cultos y en la estación penitencial.


Este tiempo de cultos que vivimos en estos días, y que se acrecienta en la cuaresma recién estrenada, no solo nos ofrece la oportunidad de hacer esta vida de hermandad que nos  une a nuestros hermanos, como ya hemos comentado, sino que además es el reflejo del estado de salud de la hermandad. Una hermandad viva nos la muestra el buen ambiente existente entre sus hermanos, lo que se traduce en una buena participación en el diario, en los cultos y en la estación penitencial.

Tengo la inmensa fortuna de formar parte de una capilla musical con que he participado en los cultos de numerosas hermandades. Esto me ha permitido conocer en primera persona tanto la forma de celebrar sus cultos, así como ser testigo de cómo se relacionan sus hermanos. No solo puedo aprender su idiosincrasia particular, sino que puedo comprobar el ambiente que reina entre sus hermanos. Centrándome en esto último es maravilloso ver el templo lleno, los hermanos saludándose y atendiéndose entre sí, comprobar como cada día son diferentes las personas que atienden lo necesario para el culto: oraciones, lecturas, colecta…, como la juventud está presente, salga o no de acólito, estando pendiente de cualquier eventualidad que pueda surgir,… Y todo esto antes, durante y después del culto, pues el simple hecho de ver el desfile procesional de una hermandad en su estación de penitencia ya nos deje entrever, en su cierta medida, si existe buen ambiente de hermandad.

Estas muestras, testigos, referencias… son, en resumen, el reflejo de una vida entre hermanos cumpliendo la escritura del Libro de los Hechos de los Apóstoles que nos dice el modo como deben reconocer que somos cristianos: “El número de los cristianos aumentaba cada vez más. Quienes los veían decían: ¡miren cómo se aman! (Hch 2, 42-47)


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